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Tlahuelilpan sigue llorando a sus muertos a tres años de la tragedia

Pixabay

Ángela Reyes

(CNN Español) — El comedor de la casa de Maribel Garrido Ramírez tiene una silla que no la ocupa nadie. En ese lugar se sentaba su hijo más pequeño, Jimmy Francisco Giménez Garrido, quien murió durante la explosión de una toma clandestina en un ducto de combustible de Petróleos Mexicanos en Tlahuelilpan, Hidalgo, al norte de la capital mexicana.

La tragedia, en la que fallecieron 137 personas, ocurrió la tarde del 18 de enero de 2019, pero Garrido Ramírez la recuerda como si fuera hoy. “Había salido a caminar cuando escuché una explosión y no sé por qué, pero de pronto pensé en mis hijos”, dice.

Y no se equivocó. Cuenta que, sin ella saberlo, sus hijos decidieron pasar por una zona donde se había registrado una fuga intencionada de combustible y en la que se estaba concentrando una multitud, pero poco después de llegar allí ocurrió la explosión.

(Crédito: Francisco Villeda/ AFP/ Getty Images)

“Logré comunicarme con uno de ellos, con el mayor, y me dice: ‘mamá, nos quemamos’. Y le digo: ‘pero ¿cómo? ¿Les explotó la estufa o qué?’, ya que yo pensaba que estaban a esa hora en mi casa, y me dice: ‘no, mamá, pasaron por nosotros a buscarnos y nos vinimos porque nos dijeron que se había roto una tubería de combustible que explotó’”.

Dice que cuando arribó al lugar empezaban a llegar las ambulancias. “Entonces un amiguito de mi hijo fue el que me dijo: ‘señora, ya se los llevaron’ y ya fue cuando nos fuimos a buscarlos, pero nunca estuvieron juntos en el hospital”.

Su hijo, el de 17 años, murió dos meses después en un hospital por una neumonía que le provocaron las quemaduras, según cuenta Maribel Garrido, mientras que el mayor pudo sobrevivir a pesar de que estuvo muy grave y con prácticamente todo su cuerpo quemado. “Tenía la mitad de la cabeza toda quemada, las orejas se le perdieron, la nariz solo un pedacito, todas las manos, la espalda y las piernas. Nada más un pedazo de los pies que no se le quemó”, dice.

Y agrega: “Él quedó mal. No puede trabajar definitivamente por las manos como las tiene; perdió un ojito que hasta ahorita no le han podido hacer la cirugía; no hemos tenido respuesta del gobierno estatal”.

CNN se comunicó con la oficina de prensa del gobernador de Hidalgo para conocer si tenían alguna respuesta sobre la solicitud de Maribel Garrido, pero no hemos recibido respuesta.

Las heridas de Tlahuelilpan que siguen abiertas

El estallido en Tlahuelilpan tuvo lugar un año después de que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, anunciara una cruzada contra el contrabando de combustible, una práctica que, según dijo, se había incrementado en el pasado ante la falta de oportunidades de los pobladores de algunas zonas del país.

Tras los hechos, López Obrador prometió apoyos a los familiares de la víctima y becas para los niños y jóvenes que perdieron a sus padres, así como una investigación a fondo de lo sucedido, investigación que aún no concluye.

En aquel entonces fueron difundidas algunas imágenes por redes sociales que muestran a pobladores llegando al lugar antes de la explosión. Unos tuvieron la intención de sustraer gasolina de una fuga de combustible en una toma clandestina, mientras que otros estaban allí motivados por la curiosidad, como fue el caso de los hijos de Maribel Garrido Ramirez, según nos aseguró su mamá.

Un grupo de soldados que se encontraba en el lugar intentó, sin éxito, asegurar la zona, pero posteriormente se replegó para evitar un enfrentamiento con los allí presentes, de acuerdo con los primeros peritajes.

A tres años del mortal suceso en Tlahuelilpan las heridas aún siguen abiertas, asegura Verónica Escamilla, cuyo hijo también fue al lugar de los hechos para ver lo que pasaba cuando lo sorprendió la explosión.

Dice que sufrió quemaduras de tercer grado en el 71 % de su cuerpo, pero lo salvaron los médicos de un hospital para niños quemados en Galveston, Texas, a donde fue trasladado de urgencia poco después de la tragedia. Verónica Escamilla cuenta que quedó con muchas secuelas físicas y emocionales. “El dolor nunca lo vamos a superar. Y veo a mi hijo y me siento impotente de que él esté así. Hemos luchado mucho, lo hemos llevado a terapias, lo hemos llevado a México. Sigo yendo a Galveston; nos ha costado económicamente, pero realmente tenemos que salir adelante”.

Salir adelante, dice, y con la esperanza de que algo así nunca vuelva a suceder.

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