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Un infante de Marina que odiaba a los musulmanes quiso poner una bomba en una mezquita: sus víctimas le salvaron la vida

Pixabay

Sofía Benavides

(CNN) — Tan pronto como algunos miembros del Centro Islámico de Muncie vieron al hombre acercarse, supieron que había un problema.

Era un tipo grande con hombros anchos, que marchaba hacia su mezquita con la cabeza baja y el rostro enrojecido por lo que parecía ira. Era viernes en el Centro Islámico de Muncie, en la ciudad del mismo nombre, en Indiana, y la mezquita se estaba llenando por las oraciones de la tarde. Sus tatuajes del USMC (Cuerpo de Infantes de Marina de EE.UU.) en el antebrazo derecho y de una calavera en la mano izquierda lo hacían destacarse entre la multitud.

Su nombre era Richard “Mac” McKinney, y no estaba allí para rezar sino para destruir. Era un ex infante de Marina estadounidense que había desarrollado un odio hacia el islam durante sus años de combate en Iraq y Afganistán. Su furia se profundizó cuando regresó a su hogar en Muncie y vio cómo los musulmanes se habían asentado en la que él consideraba su ciudad, e incluso enviaron a sus hijos a la escuela primaria a la que iba su hija.

Incapaz de controlar su ira, fue al centro islámico ese día de 2009 a cumplir con lo que creía que era su última misión. Iba a colocar una bomba en la mezquita con el objetivo de matar o herir a cientos de musulmanes. Estaba en una misión de exploración para elegir el lugar donde esconder su bomba y recopilar información que validara su suposición de que el islam era una ideología asesina.

“Le dije a la gente que el islam era un cáncer; y yo era el cirujano que lo curaría”, dijo.

Pero cuando McKinney entró en la mezquita, se encontró con una forma de resistencia que no había previsto. Algo sucedió ese día que lo cambiaría de una manera que nunca había imaginado.

Las personas a quienes pretendía asesinar terminarían salvándole la vida.

Una fotografía de Richard McKinney como miembros de la Marina

McKinney y los miembros de la mezquita construyeron “un puente imposible” entre sí

Lo que le pasó a McKinney en la mezquita parece sacado de una película. Y de hecho, lo es.

La transformación de McKinney es el tema de un breve pero fascinante documental llamado “Stranger at the Gate” (“Un extraño en la puerta”). La película, que ganó un premio especial del jurado en el Festival de Cine de Tribeca de 2022, cuenta cómo McKinney abandonó su plan y terminó convirtiéndose al islam e incluso aceptando un papel en la mezquita.

McKinney habló recientemente con CNN a través de un video sobre su improbable conversión. Con una remera azul con la frase “Say No Hate to Hate” en su cuerpo musculoso y una larga barba blanca que lo hacía parecerse a Papá Noel, McKinney contó su historia de una manera tan directa y sencilla que reveló sus 25 años en la fuerza militar.

McKinney pensó que su visita del viernes por la tarde podría terminar con su muerte. “Al final de la noche, pensé que me tendrían en el sótano con una espada en la garganta”, afirmó.

En cambio, varios miembros de la mezquita dieron un paso adelante y desarmaron a McKinney con algunas decisiones astutas que les salvaron la vida.

La película cita un asombroso acto de bondad: Mohammad S. Bahrami, originario de Afganistán y cofundador del centro, terminó abrazando a McKinney y estallando en lágrimas.

“Hasta el día de hoy, todavía no tiene sentido para mí”, explicó McKinney sobre ese gesto.

Joshua Seftel, el director de la película, relató que se sintió atraído por la historia de McKinney en parte debido a sus propias experiencias frente al antisemitismo al crecer en Schenectady, Nueva York, entre fines de la década de 1970 y principios de la de 1980. Sus compañeros de clase le decían insultos antisemitas mientras le arrojaban monedas.

Seftel hizo su película como parte de “La vida secreta de los musulmanes”, una serie de videos que se encuentran en línea. Asegura que la historia de McKinney le dio la esperanza de que incluso algunas de las divisiones más profundas en EE.UU. pueden ser superadas.

Richard McKinney: “Pensaba que Estados Unidos era mío. Había sangrado por esto. Era una especie de ‘No perteneces aquí'”.

“Pudieron construir un puente imposible entre sí”, dice Seftel sobre McKinney y los miembros del centro islámico Muncie. “Si eso pasó, todo es posible. Nos dieron un modelo de cómo todos podemos hacerlo”.

McKinney buscaba perdonarse a sí mismo por lo que hizo en la guerra

Revelar demasiados detalles sobre cómo McKinney se convirtió al islam le quitaría impacto a la película. Pero hay algunas escenas y personajes que piden ser relatados.

Una es la historia de cómo el combate cambió a McKinney. Las dificultades de McKinney tras su regreso a Muncie en 2006 son un excelente ejemplo del adagio: “En la guerra no hay soldados ilesos”.

McKinney fue entrenado para ver a los soldados iraquíes y a los talibanes contra los que luchó no como seres humanos sino como blancos de papel en un campo de tiro. También contó que intentó encontrar una nueva comunidad después de dejar lo que él llama la “banda de hermanos” junto a la que luchó durante sus años en la Marina. Pero una vez que regresó a su hogar, se dedicó al alcohol y a las mujeres para adormecer sus experiencias en la guerra.

Ver musulmanes solo hizo que su dolor resurgiera. Le molestaba la presencia de musulmanes en Muncie porque parecía burlarse del sacrificio que él y sus camaradas habían hecho en Iraq y Afganistán.

“No estaba dispuesto a compartir”, dice. “Veía a EE.UU. como mía. Sangré por ella. Era una especie de ‘Tú no perteneces a este lugar'”.

También formaba parte de su dolor la culpa que sentía por las personas que había asesinado durante el combate. No solo estaba en guerra con los musulmanes; estaba en guerra consigo mismo.

“No logra perdonarse por completo por lo que hizo”, dice Dana, una de sus ex esposas, en la película.

Luego, McKinney conoció a la ‘Madre Teresa’ de la comunidad musulmana de Muncie

Hubo muchas personas que ayudaron a disipar la ira y la culpa de McKinney.

Uno fue Jomo Williams, un miembro afroamericano del centro islámico que sabía algo sobre la ira. Su tatarabuelo fue linchado y castrado por una turba de hombres blancos. Su odio hacia ellos se mantuvo hasta que se convirtió al islam.

Williams fue uno de los primeros en ver a McKinney caminando hacia la mezquita, con aspecto agitado y enojado.

Richard McKinney rezando

“Cuando lo vi, caminaba un poco rápido, tenía la cabeza un poco gacha y tenía la cara un poco roja”, cuenta Williams en la película. “Yo sabía que algo estaba mal.”

Como los espectadores pueden ver en la película, Williams fue quien le hizo una pregunta a McKinney que lo puso en el camino hacia la conversión.

Pero si hay una heroína en “Stranger at the Gate”, es una mujer magnética a la que todos llaman “Sister Bibi”.

Bibi Bahrami es cofundadora del Centro Islámico de Muncie y desempeñó un papel fundamental en la conversión de McKinney. Bahrami y su esposo, Mohammad, son pilares de la comunidad. Tienen seis hijos, varios de los cuales se graduaron de escuelas de la Ivy League y siguieron una variedad de carreras. Ella es un torbellino; trabaja como voluntaria en un refugio local para mujeres, en la YWCA, el Rotary Club de Muncie y la Fraternidad Interreligiosa. Todo mientras se desempeña en juntas locales y organiza eventos para recaudar fondos para políticos de la ciudad.

Ella encarna el verso coránico en el sitio web del centro islámico: “La recompensa por la bondad no es más que bondad”.

Bibi también conocía el daño causado por la guerra. Su familia en Afganistán fue desplazada tras la invasión de la Unión Soviética en 1979. Huyó de su país llorando y vivió seis años en un campo de refugiados en Pakistán antes de casarse y emprender su camino a Estados Unidos.

Seftel la llama la “Madre Teresa de la comunidad musulmana” en Muncie. Ella es alguien que acoge a extraños necesitados para limpiar y planchar su ropa y alimentarlos. Su reputación es tal que los refugiados de otros países de alguna manera encuentran su número y dirección para localizarla en busca de ayuda.

Ella cuenta que su despertar ocurrió cuando llegó a EE.UU. y se convirtió en ciudadana.

“La libertad de elección es lo más importante para mí”, dice sobre lo que le gusta de Estados Unidos. “Puedo practicar mi religión, continuar cubriéndome (usando su hiyab) y obtener una educación. Me inspiraron estas oportunidades. Realmente amo este país”.

Su servicio también es parte de su cosmovisión. Mostrar bondad a un extraño es fundamental para la fe musulmana.

“Dios nos creó a todos para conocernos y cuidarnos, no para despreciarnos”, dice.

Bibi Bahrami, una de las confundadoras de el Centro Islámico de Muncie

Ella se acercó a McKinney con una audaz invitación

La hospitalidad de Bahrami es notable considerando que muchos estadounidenses musulmanes todavía son tratados como extraños en su propio país. Los crímenes de odio contra los musulmanes en EE.UU. aumentaron un 500% entre 2000 y 2009, según un estudio de la Universidad de Brown, lo que refleja un aumento en el sentimiento antimusulmán tras de los ataques del 11 de septiembre.

Muchos todavía enfrentan hostilidad, son observados y cuestionados al respecto de su patriotismo.

Algunos miembros del centro islámico de Muncie dejaron de asistir a la mezquita porque tenían miedo del infante de Marina fornido con los tatuajes.

Pero Bahrami amplió su círculo de compasión para incluir a McKinney. Ella lo invitó a su casa y preparó una abundante cena afgana de pollo, arroz, un plato de berenjena y un dip de yogur verde sazonado con cilantro y jugo de lima.

McKinney devoró la comida.

“Probó todo”, dice ella, riéndose. “No era quisquilloso”.

La comida se convirtió en otro puente hacia McKinney. Siguió visitando a Bahrami y a otros en el centro. Leyó el Corán, el libro sagrado del islam. Formó amistades. Les contó a los miembros de la mezquita sobre su tiempo en combate y lo aceptaron.

Ocho meses después de la visita inicial de McKinney a la mezquita, se convirtió al islam. Después de la ceremonia, fue recibido con lo que llamó “un mosh pit de abrazos” de las personas a las que una vez intentó dañar. Eventualmente, incluso sirvió dos años como presidente del Centro Islámico en Muncie.

Cuando fue consultado cómo se sintió cuando recibió una lluvia de abrazos después de su ceremonia de conversión, McKinney esbozó una amplia sonrisa infantil:

“Estaba bien con eso”.

McKinney ahora tiene una nueva misión

Al preguntarle por qué se convirtió se vuelve más hablador. Dice que cuanto más tiempo pasaba con los miembros de la mezquita, más descubría cuánto tenía en común con ellos. Una vez, cuando era niño, había pensado en convertirse en predicador, y más tarde descubrió que el islam comparte algunas similitudes con el cristianismo.

El islam, el cristianismo y el judaísmo, por ejemplo, están conectados de muchas maneras. Cada una es una religión monoteísta que tiene sus orígenes en Abraham. Muchos musulmanes, por ejemplo, consideran a Jesús un gran profeta nacido de una madre virgen.

Richard McKinney compartiendo su experiencia

Pero fue la amabilidad de las personas en el centro, junto a la comunidad que compartieron con él lo que resultó más decisivo en su conversión, dice.

“Estaban simplemente felices. Eran simplemente agradables”, dice. “Y yo realmente necesitaba eso en mi vida”.

Dice que si la gente del centro hubiera reaccionado con hostilidad ese primer día, el resultado probablemente habría sido un derramamiento de sangre.

¿Sería justo decir que la amabilidad de ellos le salvó la vida?

“No, no”, dice. “Es muy poco decir solo eso”.

McKinney afirma que probablemente habría atacado la mezquita y eventualmente habría recibido la pena de muerte si no fuera por la forma en que lo trataron.

Hoy, McKinney está tratando de devolver la amabilidad que recibió. Obtuvo una licenciatura en trabajo social con especialización en paz y resolución de conflictos y ahora viaja por el país para hablar sobre sus experiencias.

¿Ha sido capaz de perdonarse a sí mismo ahora que se ha convertido? Hace una pausa antes de responder.

“Es un trabajo en progreso”, dice en su tono grave de barítono. “¿Qué opinas sobre eso?”

Sin embargo, como ilustra una hermosa escena de la película, otros lo han perdonado.

Muestra a McKinney de pie junto a Williams, el hombre afroamericano que perdió a su tatarabuelo por un crimen de odio, levantando silenciosamente las palmas juntas en oración mientras el sol entra a raudales en la mezquita.

Esa imagen transmite más de lo que las palabras podrían decir. McKinney ya no es el extraño en la puerta.

Ha encontrado un nuevo grupo de hermanos y hermanas, no en el fragor de la batalla, sino en la fe.

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