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En una dura lección de la guerra, los niños ucranianos aprenden a diferenciar entre juguetes y explosivos rusos

Pixabay

Alexandra Ferguson

Járkiv, Ucrania (CNN) — En una estación de metro en Járkiv, una mujer joven sostiene un auto de juguete, un oso de peluche y un envase de jugo frente a un grupo de menores de escuela primaria.

“Estos son objetos que vemos en nuestra vida diaria”, dijo Julia Gorlenko, del Servicio Estatal de Emergencias de Ucrania. “Son brillantes y coloridos, pero también pueden ser peligrosos”.

Ella señala un modelo de una munición que un niño podría confundir fácilmente con un juguete. “Este puede volarte la cabeza, una mano o una pierna”.

Estos ejercicios de colorear ilustran las diferencias entre objetos cotidianos de la infancia y explosivos potencialmente letales.

A medida que Rusia continúa su bombardeo de semanas en la segunda ciudad más grande de Ucrania, los menores de Járkiv reciben una dura lección sobre la realidad de la guerra.

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Gorlenko les enseña cómo identificar los explosivos rusos. Los menores reciben ejercicios de colorear que muestran la diferencia entre una granada y una pelota pequeña, o una caja de regalo y un cartucho de dinamita.

“Solíamos jugar con todos los juguetes en el arenero”, dice Semen, un niño de 6 años, “pero ahora tendré miedo de usarlos. Si tomas un juguete del arenero, (algo) podría explotar”.

Los menores de la segunda ciudad más grande de Ucrania han vivido el bombardeo de las fuerzas rusas por semanas.

La vida en el refugio

Gorlenko enseña sus lecciones en una estación de metro de la era soviética, donde miles de familias atemorizadas han buscado refugio desde que comenzó la invasión rusa el 24 de febrero.

Járkiv, que se encuentra a tan solo 40 kilómetros de la frontera con Rusia, ha sido bombardeada con artillería que ha alcanzado lugares civiles, como escuelas, edificios residenciales y tiendas. El ataque más impactante fue contra el edificio administrativo de su plaza central hace poco más de un mes, pero desde entonces se han producido bombardeos casi diarios contra zonas residenciales de toda la ciudad.

Miles de familias aterrorizadas han buscado refugio en las estaciones de metro de Járkiv desde que comenzó la invasión rusa a finales de febrero.

Zeena Petukhova, de 36 años, y su marido estaban celebrando el primer cumpleaños de su hija cuando su departamento del quinto piso fue alcanzado por un mortero hace cuatro semanas. “Estábamos comiendo pastel cuando oímos un sonido muy inusual y supimos que teníamos segundos para correr al pasillo”, cuenta.

Zeena protegió a su hija, Alysa, y su marido se acostó sobre ambas, “como una pequeña pirámide. Esta es la única razón por la que sobrevivimos”, recuerda. La explosión reventó las ventanas y desde entonces la familia duerme en este rincón del metro.

Algunos salen del refugio durante el día, pero la vida en la superficie puede ser peligrosa. El domingo, siete personas murieron y 34 resultaron heridas, entre ellas tres menores, tras un atentado en el distrito de Slobidskyi, en el sur de la ciudad. Los residentes dijeron a CNN que la gente estaba sentada en un banco del parque cuando un mortero cayó cerca.

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El viernes pasado, las autoridades de Ucrania dijeron que al menos 153 menores han muerto y más de 245 han resultado heridos en el país durante la guerra. La Fiscalía General dijo que todavía estaba trabajando para establecer el número total de víctimas infantiles en varias ciudades.

Dos niños colorean en las distintas imágenes, una sombría educación sobre la realidad actual de la vida en su país.

Ciudad fantasma

Los atentados en Járkiv han convertido a esta ciudad llena de vida en una ciudad fantasma.

Se cree que un tercio de los 1,4 millones de habitantes de Járkiv han huido, según las autoridades. La mayoría de las tiendas, oficinas y lugares para comer están cerrados y hay poca gente o vehículos en las calles. Tras el toque de queda nocturno, la ciudad está en la más absoluta oscuridad, y el silencio se ve interrumpido por el sonido de los disparos de artillería y las sirenas de ataque aéreo.

Bajo tierra, los sonidos de la guerra siguen estando al alcance de los oídos.

Babushka Liuda, de 69 años, trasladó a su familia de 12 miembros al metro el primer día de la guerra. “Oímos tantas bombas que no sabíamos a dónde correr ni cómo salvarnos”, dice. “Por la noche sigue habiendo tal bombardeo… Desearía poder vivir mi vejez en paz”.

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