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¿Por qué hay personas más miedosas que otras? La ciencia del miedo

Alexandra Ferguson

(CNN) — Soy una miedosa, no cabe duda.

Nunca he visto “Halloween” (ninguna de ellas). O “Scream” o “Saw” o “The Blair Witch Project” o “It”. Mis hijos saben que no deben sugerirlo; los he avergonzado demasiadas veces gritando fuerte en el cine cuando algún pequeño susto aparece de la nada. (Sí, todo el cine siempre se ríe de mí).

Tampoco voy a las casas encantadas de Halloween, aunque durante años creé una para los niños del barrio como parte de las celebraciones de cumpleaños de mi hijo. La mayoría no la consideraba muy terrorífica, porque no lo era.

Y sin embargo, a mi alrededor hay gente que grita por los sustos de Halloween –en voz alta, con total abandono y enorme deleite– y luego vuelven a por más.

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¿Qué me hace tener tanto miedo cuando ellos no lo tienen?

“No creo que tenga que ver con el hecho de que la gente disfrute pasando miedo”, afirma Glenn Sparks, profesor de la Facultad de Comunicación Brian Lamb de la Universidad de Purdue. Lleva años estudiando los efectos de los medios de comunicación masiva aterradores.

“Por definición, el miedo es una emoción negativa”, dijo Sparks. “Cuando tenemos miedo de algo, experimentamos que nuestro bienestar está bajo amenaza, y la gente no disfruta con eso. Lo que disfrutan son las cosas asociadas a esa experiencia que suelen ocurrir después de que pasó el susto”.

El conquistador

Una de las razones por las que nos sentimos atraídos por las experiencias de miedo es la satisfacción de conquistar una amenaza. Por ejemplo, las montañas rusas.

“Puede que no disfrutes pensando en que el coche se caiga y te lance al suelo”, dice Sparks. “Pero cuando termina la atracción y puedes mirar hacia arriba (a) la altura de la montaña rusa y decir a tus amigos: ‘Lo logré, lo hice’, eso es agradable”.

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Dominar la terrorífica casa encantada proporciona la misma gratificación, dice Sparks. Y si estás con buenos amigos cuando conquistas tu miedo, eso puede convertir tu emoción en una experiencia que quieras repetir.

“Lo llamamos efecto de transferencia de la excitación”, explica. “Si sales de una película de miedo o de la casa encantada y estás riendo y hablando con tus amigos, esa sensación agradable que tienes puede intensificarse por la excitación que aún persiste de tu miedo”.

El buscador de sensaciones

Todos estamos programados para buscar cosas novedosas en nuestro entorno, un vestigio de nuestros antiguos días de revisar si no hay peligro.

“Existe un sistema innato de supervivencia en los humanos”, afirma Joanne Cantor, profesora jubilada de Comunicación de la Universidad de Wisconsin. Es como pasar al lado de un coche accidentado: no quieres verlo, pero no puedes evitar mirarlo”.

“Luego hay otros a los que les gusta jugar con esas emociones y arriesgarse”, dice Cantor, que lleva 40 años investigando las reacciones emocionales de adultos y niños ante los medios de comunicación, incluido el miedo.

“En psicología nos referimos a eso como personalidad buscadora de sensaciones”, explicó Sparks. “Serán esas personas que practican el paracaidismo y salten del bungee las que también busquen una fuente de entretenimiento amenazante”.

“Puede que tengan un umbral de excitación muy bajo, por lo que están constantemente deseando experiencias que eleven esa excitación e inunden el sistema de adrenalina”, dijo.

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El miedoso

Vale, esto explica un poco por qué a algunas personas les encanta pasar miedo (o creen que lo hacen). Pero, ¿por qué soy tan contraria a la sensación de estar asustada?

“En primer lugar, hay una gran diferencia de género en cuanto a quién ama estas cosas y quién las encuentra espantosas”, dice Cantor. “A los hombres les suele gustar más que a las mujeres”.

Es probable que esto se deba a las diferentes formas de tratar a los niños y niñas en la infancia, añadió.

“Las niñas son más propensas a admitir que tienen miedo, mientras que a los niños se les enseña a decir ‘estoy bien'”, dijo. “Los niños pueden no estar tan dispuestos a admitir que están tan asustados como realmente se sienten”.

De hecho, en su investigación, descubrió que casi todo el mundo –incluyendo a los niños– puede contar una experiencia con una película de miedo que les persigue mucho tiempo después de que haya terminado.

“Aproximadamente el 90% tiene algo que contar”, dice Cantor. “Es muy, muy común tener al menos una cosa aterradora que realmente se quedó contigo”.

(Ajá. La mía fue la película “Alien”. Hasta el día de hoy puedo ver esa *cosa* desgarrando el estómago del pobre hombre).

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El papel de la juventud

Si eras joven cuando ocurrió ese momento de miedo, dijo Cantor, es más probable que se quede contigo y que moldee tus preferencias futuras.

“Los niños de muy corta edad piensan que lo que aparece en la pantalla está realmente ahí”, dijo. “Si una bestia viciosa se acerca a ellos en la pantalla, un niño pequeño se va a asustar”.

Y debido a las diferentes formas en que los más pequeños ven y entienden el mundo, los padres pueden no entender al principio hasta qué punto su hijo está asustado, añadió Cantor.

“Es importante calmar a un niño asustado y ayudarle a sobrellevar la situación”, dijo.

Poco a poco, los niños aprenden la diferencia entre la fantasía y la realidad, pero eso no significa que superen sus miedos, dijo Cantor. Por desgracia, aprenden de las noticias que en el mundo real ocurren cosas terribles.

“Hay muchas cosas que ven en las películas de terror que pueden ocurrir realmente”, dice Cantor. “Puede que Freddy Krueger no sea real, pero hay ‘maníacos homicidas’ en el mundo”.

Por último, si un niño es muy empático y se relaciona con los personajes de la pantalla, entonces ese niño se va a asustar más, y el miedo puede durar mucho más.

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“Es posible que sienta el miedo con más intensidad y que eso le acompañe, incluso durante toda su vida”, afirma Cantor. “Nuestra investigación descubrió que una experiencia realmente fuerte puede durar literalmente para siempre”.

Las primeras investigaciones de Cantor, por ejemplo, demostraron que las personas que vieron la película “Jaws” antes de los 13 años seguían teniendo un miedo recurrente, no solo a los tiburones, sino a los lagos y piscinas o a cualquier cuerpo de agua en la que no pudieran ver sus pies.

“Esa es la desafortunada consecuencia de este sentimiento traumático realmente profundo que se almacena en el cerebro”, dijo Cantor.

“Toda esta reacción fisiológica: el ritmo cardíaco, la presión arterial, la ansiedad; cuando te haces mayor te dices ‘¿Cómo puede ser esto?’, pero tu cerebro no se calla”.

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