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OPINIÓN | La defensa democrática de América Latina

Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal.

El siguiente texto fue leído durante el foro “La defensa democrática de América Latina”, organizado por el Interamerican Institute for Democracy, el 5 de mayo de 2021. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.

(CNN Español) — El objetivo de este foro viene designado por su nombre: La defensa democrática de América Latina. Tenemos menos de siete minutos u 800 palabras para abordar el tema.

Obviamente, la pregunta más importante es: ¿está amenazada la democracia latinoamericana? Y, si lo está, ¿qué se puede hacer para defenderla?

No tengo la menor duda: desde hace algo más de 62 años, la democracia está amenazada.

Desde que triunfó la Revolución cubana, el primero de enero de 1959.

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Hasta ese momento, la democracia de las naciones era afectada localmente por espadones militares que solían esgrimir pretextos nacionalistas.

Es verdad que el peronismo tenía una cierta urgencia de actuar fuera de sus fronteras, como se vio en 1948 –durante la fundación de la OEA– en Bogotá, pero eran esfuerzos menores.

Fue Fidel Castro quien llegó al poder dispuesto a subvertir el orden internacional. Como me dijo alguna vez el comandante Edén Pastora, en Madrid: “La mentalidad de Fidel Castro era la de un nido de ametralladoras en movimiento”.

¿Por qué Fidel Castro?

Porque, para él, el objetivo era “hacer la revolución” constantemente, subvertir el orden incesantemente.

No hay que buscarle el quinto pie al gato. Era así desde que tuvo 18 años, cuando oficialmente se quitó su segundo nombre, Hipólito, y lo sustituyó por Alejandro.

En la escuela, Castro había aprendido que desde un rincón pobre y polvoriento del mundo griego, como era la Macedonia de su tiempo, Alejandro Magno había emprendido la conquista de Persia y del mundo, y decidió que Cuba era su Macedonia. Así lo explica Claudia Furiati en su libro «Fidel Castro: la historia me absolverá».

El frenesí conquistador comenzó en 1959. La primera expedición cubana fue lanzada en abril contra Panamá. La segunda fue a Nicaragua. La tercera, a República Dominicana. La cuarta, contra Haití. Todo en 1959.

A partir de esos fracasos, La Habana intentó conquistar países mucho mayores y más poblados que la pequeña isla de Cuba.

Según cuenta el historiador argentino Juan Bautista (“Tata”) Yofre, Fidel ni siquiera tuvo en cuenta el carácter democrático de Argentina durante el gobierno de Arturo Illía, o el caso de Perú, entonces dirigido por Fernando Belaúnde Terry, lo que desmiente la idea de que Cuba luchaba contra los militares golpistas.

Luchaba por expandir las dictaduras comunistas y por su gloria personal.

La apoteosis de esa década fue la invasión a Venezuela por Machurucuto, la guerrilla del “Che” Guevara en Bolivia y la reunión de la Tricontinental forjada en La Habana, en agosto de 1967. En esa oportunidad, Cuba ofreció armas para 500 guerrilleros colombianos.

Más adelante, en 1981, el presidente constitucional de Colombia, Julio César Turbay Ayala, se vio obligado a romper lazos diplomáticos con La Habana por la complicidad de Cuba con las guerrillas.

Eso ocurrió en el siglo pasado. Fidel murió en 2016 y su hermano Raúl acaba de retirarse, pero nada ha cambiado en ese sentido. Cuba sigue apoyando a la Venezuela de Nicolás Maduro, a la Bolivia de Evo Morales, a la Nicaragua de Daniel Ortega y al colombiano Gustavo Petro.

“Perro huevero, aunque le quemen el hocico” dicen los campesinos de Cuba. Y así es.

Pero ¿qué se puede hacer ante este nido de ametralladoras en movimiento? Primero, no creerle nada a ese régimen. Obama se equivocó de plano al pensar que el “engagement” era mejor que el “containment”.

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Afortunadamente, Anthony Blinken, el secretario de Estado de Joe Biden ya advirtió que esperan de Cuba que respete los derechos humanos de los cubanos antes de dar cualquier paso. Eso está bien. Como es correcto depender del consejo de Bob Menéndez, senador demócrata por Nueva Jersey, gran experto en el tema cubano.

Segundo, a Cuba hay que darle un ultimátum. O deja de apoyar al narcorrégimen de Maduro en Venezuela o debe atenerse a las consecuencias.

Tercero, eso quiere decir que pudiera acudirse al “Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca”, como hizo Lyndon B. Johnson en 1965 antes de invadir República Dominicana, aunque es dudoso que los países latinoamericanos hoy respalden mayoritariamente ese instrumento de la Guerra Fría.

El régimen comunista está en su peor momento. Son muy pocas las personas que lo apoyan. Tiene el lógico rechazo de toda la población, especialmente de los jóvenes. Quizás baste la amenaza creíble de invasión para torcer el brazo inseguro de Miguel Díaz-Canel.

No debe olvidarse que Ike Eisenhower gobernó ocho años amenazando a los soviéticos con una respuesta fulminante si amenazaban a Estados Unidos. Nunca aclaró qué era una “respuesta fulminante”.

Es incómodo pensar que pudiera recurrirse a la fuerza, pero tal vez no quede más remedio.

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