ANÁLISIS | La anexión no logra ocultar el abismo entre lo que Putin quiere y lo que sus fuerzas pueden sostener
Sofía Benavides
(CNN) — Fue un momento de dos eventos completamente incompatibles. Uno, de una puesta en escena en Moscú, de lapicera sobre papel, teatro y expansión imperialista. El otro, el avance lento y metódico de las fuerzas ucranianas a través de posiciones rusas pobremente abastecidas y comandadas.
El viernes se puso al descubierto el abismo que existe entre las ambiciones de Rusia y su realidad. Mientras el presidente Vladimir Putin organizaba una ceremonia falsa y notable en Salón de San Jorge del Kremlin y con multitudes orquestadas para dar su apoyo en un mitin en el exterior, sus fuerzas militares eran derrotadas en una ciudad estratégica de la misma área que pretende anexar.
Los decretos firmados el jueves por la noche anexando las áreas de Jersón y Zaporiyia comenzaron la farsa de Potemkin. Parte de Zaporiyia sigue estando en manos ucranianas, y poco a poco se están arrebatando partes de Jersón. Sin embargo, Moscú asegura que en el momento en el que fue publicado el decreto, estas áreas ocupadas de pronto pasaron a ser parte de Rusia. De hecho, las autoridades ucranianas afirman que 23 civiles murieron cuando un supuesto ataque con misiles S300 alcanzó a un convoy de automóviles en las afueras de Zaporiyia que planeaba ingresar a territorio ocupado para entregar ayuda y evacuar a los que podían salir. Un acto de salvajismo en el primer día que la zona se encuentra bajo lo que Rusia considera su paraguas protector.
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Por su parte, los avances de Ucrania se están acelerando. Su enfoque está puesto en el centro ferroviario de Lyman, que ha adquirido una gran importancia debido a la tenaz defensa de Rusia y el papel estratégico que puede tener en el control de toda la región de Luhansk. Putin firmó documentos el viernes, afirmando falsamente que esta región ahora es parte de Rusia en un contexto de noticias extremadamente malas.
Un soldado ucraniano publicó el viernes un video frente al edificio de la administración de Yampil, un pequeño asentamiento al este de Lyman, que muestra que Rusia aparentemente se habría retirado, lo que sugiere que Lyman está aislado en relación al resto del ejército ruso. Se dice que las fuerzas regulares del ejército ruso, la guardia nacional y algunas unidades de voluntarios permanecen en la ciudad en un número significativo. Aislados, su decisión de luchar o rendirse hace poca diferencia en relación al avance continuo de Ucrania.
Los movimientos ucranianos pueden nuevamente resaltar uno de los defectos estratégicos de Rusia: lucha duro por un lugar con la creencia de que su defensa se mantendrá, y luego lucha por reagruparse cuando sucede lo “imposible”. El cerco ucraniano del centro de suministro de Izium fue fundamental para la reciente derrota de las fuerzas rusas en toda la región de Jarkiv. Los próximos días dirán si el destino de Lyman es igualmente clave para la región de Luhansk.
De hecho, la conclusión política central de la perorata del viernes de Putin contra Occidente (un llamamiento directo a un alto el fuego y un regreso a la mesa de negociaciones) reflejó cómo la ceremonia de anexión se estaba llevando a cabo en el contexto de noticias extremadamente malas desde el punto de vista militar. No es probable que los llamados a las conversaciones sean tomados en cuenta: Ucrania y sus aliados occidentales han rechazado los llamados rusos a la diplomacia, señalando la historia de Moscú de aprovechar la oportunidad de las negociaciones para reagruparse en el campo de batalla.
De vuelta en el terreno, el progreso metódico y deliberado de Ucrania es una fría dosis de realidad para un Kremlin que todavía parece pensar que puede moldear la realidad por la fuerza de su propia voluntad. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, dijo el viernes que las partes de Luhansk y Donetsk que Rusia no controla tendrán que ser “liberadas”, una declaración que no reconoce en absoluto que lo que sucede en el campo de batalla va en otra dirección.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, se ve en una pantalla en la Plaza Roja mientras habla en un concierto que marca la anexión de cuatro regiones de Ucrania ocupadas por las tropas rusas. (Crédito: ALEXANDER NEMENOV/AFP via Getty Images)
¿Así que, qué debe hacerse? Moscú todavía parece tener la idea de que la “movilización parcial” eventualmente mejorará su suerte. Pero nuevamente parece estar exponiendo la brecha entre la realidad y la ficción, entre la guerra moderna y su creencia en el volumen y la persistencia. Rusia continúa atacando objetivos de frente, con la mayor fuerza posible, y esperando que decenas de miles de reclutas, mal equipados y entrenados, puedan sostener las posiciones que hasta ahora han luchado por tomar. Pero se enfrentan a un ejército ucraniano en proceso de modernización, con armas occidentales precisas y consejos tácticos útiles, que simplemente los superan en términos de maniobras. ¿Por qué atacar una ciudad de frente, cuando puedes rodearla por detrás y atravesarla?
Las fisuras en el mundo Potemkin de Putin están comenzando sonar. Su aparición pública amonestando a sus propios funcionarios por la espantosa ejecución de la movilización parcial es rara: fue una política que él mismo había anunciado, y por lo tanto las familias cuyos padres y esposos han sido arrancados a la guerra querrán que las cosas cambien rápidamente, antes de que las bolsas de cadáveres empiecen a llegar a casa. Es poco probable que se sientan apaciguados por el hecho de que el “zar benévolo”, como se lo conoce a Putin, admita que las cosas deberían haberse manejado mejor. Unos 200.000 rusos han huido del país desde que se anunció la movilización, una cifra probablemente mayor que la de los que desde entonces se han visto obligados a vestir uniformes militares.
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En su discurso del viernes, Putin habló del uso de “todos” los medios a su disposición para defender las regiones recientemente anexadas de Ucrania, pero no amenazó con usar la fuerza nuclear. Sin embargo, dijo que el uso de tales armas por parte de Estados Unidos contra Japón creó un precedente. Es una amenaza —velada pero no directa—, en la que cada palabra es elegida cuidadosamente.
Nuevamente nos encontramos en un punto en el que tenemos que preguntarnos qué hará una potencia nuclear cuando se demuestre que sus fuerzas convencionales son incapaces de lograr sus objetivos militares. Es importante recordar que una potencia nuclear se convierte en tal normalmente porque tiene una base de fuerzas convencionales sólidas.
Con la excepción de Pakistán y Corea del Norte, la mayoría de las potencias nucleares probablemente podrían lograr sus objetivos militares sin recurrir a la Bomba. Pero Rusia viene demostrando que su ejército real no está a la altura de las tareas que se le han encomendado. Y ese fracaso probablemente se refleje en la preparación de sus fuerzas nucleares: ¿cómo puede estar seguro el Kremlin de que su arsenal nuclear está a la altura si sus tanques no pueden obtener diésel a 40 millas (unos 64 kilómetros) de su propia frontera?
Los días venideros serán lo suficientemente febriles como para que esta sea una pregunta que nadie quiera responder. Pero poco a poco estamos viendo el abismo entre lo que Rusia quiere, lo que puede hacer y lo que realmente está sucediendo; un abismo que normalmente es llenado con miedo y una retórica amenazante, y que es expuesto en el escenario mundial. La reacción de Moscú decidirá el mundo en el que vivimos en las próximas décadas.
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