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Así es la vida en el pueblo siciliano donde las casas cuestan un euro

Por Julia Buckley, CNN

En el casco antiguo de Mussomeli, la fiesta apenas comienza. Unas 6.000 personas llenan las estrechas calles alrededor de la iglesia Madonna dei Miracoli, cuerpos apretados unos contra otros, esperando que empiece el espectáculo. Las calles están iluminadas como en Navidad: arcos en neón azul, blanco, verde y destellos rojos. La fachada barroca —de piedra color crema, con doble hilera de columnas— está iluminada, con la frase “W MARIA” (“Viva María”) brillando en azul celeste sobre la puerta.

Entonces, ella aparece: una estatua de madera de la Virgen María, cubierta casi por completo de joyas de oro donadas por los habitantes del pueblo. Mide cerca de 1,80 metros y va sobre una plataforma de madera maciza que requiere unos 20 hombres para cargarla. La bajan por las escaleras de la iglesia, suben por la calle empinada hasta el centro y luego recorren el pueblo en procesión, arriba y abajo, durante dos horas. Una banda toca, hay fuegos artificiales intermitentes y miles de personas siguen cada paso.

Bienvenido a la vida en un pueblo de casas de un euro: profundamente local, profundamente tradicional y con un fuerte sentido de comunidad, al que ahora se suman personas de todo el mundo. Mussomeli, en el centro de Sicilia, es quizás el más conocido de los pueblos italianos que venden casas en ruinas por un euro (alrededor de US$ 1,20). Estas propiedades requieren reconstrucción total, pero el proyecto también incluye casas “premium” —habitables y con menos necesidad de obras— que parten de unos US$ 12.000. El ayuntamiento sacó el primer lote a la venta en 2017 y, desde entonces, se han vendido unas 450 viviendas, de las cuales 150 fueron de un euro, según Cinzia Sorce, de Agenzia Immobiliare Siciliana, la agencia que lanzó la iniciativa.

Cuando la mayoría escucha sobre casas a un euro, la reacción suele ser de curiosidad o escepticismo. ¿Cómo puede una vivienda costar menos que un café? ¿En qué estado están? ¿Vive realmente gente allí o es un pueblo semideshabitado en medio de las montañas, lejos de todo? ¿Dónde está la trampa?

En el caso de Mussomeli —una de las razones de su popularidad— la respuesta es que sigue habiendo mucha vida en este pueblo de unos 5.000 habitantes. Aunque no hay grandes cadenas, sí hay tiendas locales. Hay médicos, veterinarios, mecánicos, supermercados y centros deportivos. También hay un hospital y una clínica privada. Restaurantes, pizzerías, cafés y bares no faltan. Y hay eventos frecuentes: desde conciertos que animan las plazas cada noche en verano hasta procesiones católicas, la mayor de las cuales se celebra el 8 de septiembre, en honor a “La Madonna di Mussomeli”. Está claro que no es un pueblo en decadencia.

“Esperaba que Mussomeli fuera un lugar abandonado donde no pasaba nada, y me sorprendió ver que estaba equivocada”, cuenta la alemana Barbara Maerkl, que se mudó en 2024 tras comprar una casa “premium” que ahora está renovando. “El pueblo es muy animado en verano, hay eventos casi todos los días: festivales religiosos, musicales, bailes, bandas en vivo. Fue una gran sorpresa”.

Quienes viven en Mussomeli no se arrepienten.

“Viví un tiempo en Turín por trabajo, pero quería formar una familia en el sur, así que cuando tuve que elegir entre la ciudad y el campo, elegí el campo”, dice Sorce. Feliz de estar de vuelta en su pueblo con su esposo e hijos, descarta la idea de mudarse a otro lugar. “No me quedo atascada en el tráfico. Voy a casa en la pausa del almuerzo. Sin conducir, tenemos bares, un cine, pizzerías, restaurantes. En invierno salgo a caminar a las 11 p.m. Eso no podría hacerlo en una ciudad”.

Incluso a sus hijos les gusta. “Si le pregunto a mi hija de 19 años ‘¿Nos mudamos a Palermo?’, no quiere. Le gusta la tranquilidad de Mussomeli”.

Aunque la imagen de Italia en el imaginario global es la de costas dramáticas y ciudades antiguas repletas de obras maestras artísticas, quienes eligen Mussomeli buscan algo distinto.

Al hablar con extranjeros que viven en Mussomeli o que han comprado casas en el pueblo, todos destacan la calidez y hospitalidad de sus habitantes.

“Son las personas las que me hacen sentir muy cómoda y bienvenida. Por eso decidí quedarme”, dice Maerkl.

“La gente fue muy acogedora y abierta”, afirma Tahira Khan, de Singapur, quien llegó en diciembre de 2024. “Es un pueblo pequeño, así que es fácil conocerse. Es muy diferente a la ciudad”.

Para los mussomeleses, la “accoglienza” —o dar la bienvenida a los forasteros— es parte de la vida.

Un ejemplo es Maria Anna Valenza. El año pasado, junto con su hermano Michele y su cuñada Monia, abrió Manfredomus, un elegante bed and breakfast con vista al Castello Manfredonico, un castillo del siglo XIV incrustado en un risco que domina el paisaje de Mussomeli. El B&B ha alcanzado rápidamente calificaciones casi perfectas en sitios de reseñas, no solo por sus habitaciones cómodas y muebles elegantes (hechos por su esposo, Michele), sino también por la calidez familiar: en cada festival o evento, Valenza está allí acompañada de sus huéspedes.

Para los visitantes, es una muestra de la auténtica hospitalidad del sur de Italia. Valenza dice que ella también se enriquece con esa experiencia. “Me gusta conocer extranjeros porque sus mundos son muy distintos al nuestro”, explica. “Nos cuentan cosas diferentes, tienen vidas diferentes, así que siempre aprendes de ellos. Siempre les pregunto si quieren salir con nosotros. Me parece bonito mostrarles cosas que no tienen en sus países”.

Quienes conocen mejor el norte de Italia notan la diferencia: esa apertura fácil que muchos asocian con Italia es, en realidad, más típica del sur.

“En realidad, toda Sicilia tiene gente abierta y acogedora, porque vivimos bajo dominio extranjero”, afirma el alcalde de Mussomeli, Giuseppe Catania. “Está en nuestro ADN adaptarnos y abrirnos a nuevas poblaciones”. Hace unas décadas, esta zona interior de Sicilia era más cerrada, dice, pero ya no es así. En parte gracias a la tecnología, en parte porque los jóvenes viajan más, y también por el proyecto de las casas a un euro:

“Siempre digo que, además de los beneficios tangibles, el intercambio cultural es igual de importante. Ha abierto el pueblo y ha tenido un efecto relevante”.

Para Khan, el pasado de Sicilia como “crisol de múltiples culturas” fue un factor clave a la hora de decidir mudarse.

Sorprendentemente, la Sicilia rural es bastante progresista. En 2013, jueces de Trapani fueron los primeros en Italia en dictaminar que una mujer trans podía obtener un pasaporte femenino sin someterse a cirugía de reasignación de género. Jueces en Caltanissetta, cerca de Mussomeli, emitieron un fallo similar cuatro años después.

Sorce atribuye esta mentalidad abierta a las olas de emigración: isleños que se marcharon en busca de una vida mejor.

“Mussomeli siempre estuvo habitado por gente que iba y venía”, dice. “Mucha gente se fue a trabajar al extranjero. Algunos pudieron volver; otros, lo hicieron sus hijos o nietos. Tener personas de fuera siempre se ha visto como algo positivo aquí. Siempre hubo inmigración y emigración”.

El alcalde Catania fue noticia recientemente al organizar la llegada de médicos argentinos para trabajar en el hospital rural. Hoy existe una comunidad argentina próspera en el pueblo. Más importante aún, el hospital también florece.

El paisaje es otro gran atractivo para los extranjeros. Aunque la mayoría asocia Sicilia con su espectacular costa, el entroterra —la zona interior— es igualmente impresionante. El entorno de Mussomeli, con colinas altas y ondulantes que se extienden por kilómetros, es de otro mundo.

“Cuando subes a Mussomeli y ves el centro storico, te quedas fascinado”, dice Sorce, en referencia al centro histórico. “Hay muchas casitas suspendidas en la roca. Es como un pesebre, o como ir a Grecia y ver casas blancas y azules en la montaña. La gente viene por la belleza del pueblo y su tranquilidad”.

Khan opina que “algunas partes parecen Canadá, otras son puro Mediterráneo”.

No sorprende que las casas más buscadas por extranjeros estén en la parte alta, con vistas panorámicas.

En la zona hay mucho por hacer. Al otro lado del valle, abrazando otro risco, está Sutera, otro pintoresco pueblo. A una hora hacia el este, entre colinas que podrían estar en la Toscana, se encuentra Caltanissetta, la capital provincial: cuna del cannolo y escenario de celebraciones de Semana Santa únicas en Europa.

A 90 minutos está Piazza Armerina, con su impresionante arquitectura barroca. En las afueras está la Villa Romana del Casale, una finca romana cuyos suelos están cubiertos con mosaicos —incluido uno famoso de atletas en bikini— descritos por la UNESCO como “los mosaicos in situ más bellos del mundo romano”.

A una hora al sur se encuentra Agrigento, con su Valle de los Templos, un asentamiento griego antiguo donde aún se erigen templos entre almendros en flor cada primavera. Cerca está la casa natal del Nobel Luigi Pirandello, hoy museo.

A 90 minutos al noroeste está Palermo; en la ruta, en Cefalà Diana, hay baños árabe-normandos con aguas termales. Catania está a dos horas al este, con el Etna, Taormina y Siracusa más allá.

En cuanto a la costa, la playa más cercana está a solo 40 minutos en auto, y la famosa Scala dei Turchi a poco más de una hora.

El proyecto de las casas a un euro ha transformado el pueblo, dice Catania, que asumió en 2015 y heredó un centro histórico despoblado. Mussomeli llegó a tener 18.000 habitantes, pero las olas de emigración de posguerra vaciaron el casco antiguo. Al construirse bloques de apartamentos en zonas más planas a fines de los años 70, muchas familias se mudaron allí, dejando el centro histórico vacío.

“Nos encontramos frente a un centro histórico que necesitaba ser rehabilitado y repoblado”, dice Catania. También querían traer un toque de “internacionalidad” a la zona interior. Tras evaluar planes, eligieron el proyecto de un euro: restaurar viviendas en ruinas, revitalizar zonas abandonadas y combatir la caída demográfica. Ocho años después, funciona: hoy viven allí personas de 18 nacionalidades y en 2023 la población igualó a la de diez años atrás, algo que no ocurría en dos décadas.

El proyecto también ha impulsado la economía local. Los constructores tienen listas de espera y se han abierto nuevos alojamientos y restaurantes. Mussomeli también entró en el radar turístico: entre 2016 y 2024, el número de turistas registrados aumentó un 919 %.

Sorce asegura que el proyecto “es lo más bonito que hemos tenido. Ha cambiado mentalidades, abierto mentes y derribado prejuicios”.

Hasta ahora, no ven desventajas. Al principio hubo temores sobre qué tipo de gente llegaría, dice Catania, pero todos los extranjeros han abrazado el estilo de vida local. “Cada pocas semanas hay otra procesión en honor a algún santo”, comenta Maerkl. “Es realmente hermoso vivirlo. Además, aquí la gente celebra sin emborracharse. Beben para celebrar la vida, no para olvidarla”.

Catania, que también ha vivido en Roma y Bolonia, no cambiaría Mussomeli por nada.

“Incluso cuando trabajaba en Agrigento —a una hora—, prefería volver cada día”, dice. “Volví porque estaba locamente enamorado de Mussomeli”.

Y no es el único.

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