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Del sueño a la pesadilla americana: las crudas historias de los migrantes que abandonaron EE.UU. en tiempos de Trump

Por Uriel Blanco, Maria Santana, Anabella González, Ana María Cañizares, Jessica Hasbun y Merlin Delcid, CNN en Español

Wilkin Hernández atravesó tres países para llegar a Estados Unidos, antes de ser detenido por las autoridades de inmigración estadounidenses. Mario Carrera dejó atrás su trabajo como chef en Florida para regresar de forma voluntaria a su lugar de origen y estar “en paz”. Leonel López iba rumbo al trabajo cuando fue detenido de manera violenta y posteriormente deportado de EE.UU. a México. Juan Chacón y María Sara Cruz estuvieron décadas en Estados Unidos, pero nunca se terminaron de adaptar y prefirieron volver a El Salvador. Dachel García y Boris Bolagay regresaron a Ecuador porque tienen la certeza que es lo mejor para su familia, incluida su hija de 2 años.

Estas historias de inmigración son muy diferentes entre sí, pero todas parecen reflejar un común denominador: el fin del sueño americano en tiempos de Donald Trump.

Desde que inició su segundo mandato el pasado 20 de enero, el Gobierno de Trump ha emprendido una ofensiva migratoria que, según cifras oficiales, ha logrado que 2 millones de inmigrantes indocumentados se vayan de EE.UU. en los primeros 250 días de la nueva presidencia, ya sea por deportación (más de 400.000 personas) o por salida voluntaria (un estimado de 1,6 millones). Aunque el Gobierno estadounidense dice que su campaña contra la inmigración está dirigida a “lo peor de lo peor”, atrás de estas millones de personas hay historias de éxito, amor, familia, trabajo y la búsqueda de un futuro mejor.

Migrantes que vivieron meses, años y hasta décadas en EE.UU. le cuentan a CNN por qué decidieron irse de manera voluntaria o qué planean tras ser deportados.

Wilkin Hernández Ortiz es un dominicano de 28 años, conocido también con el nombre artístico de Persawer. Emigró a Estados Unidos en mayo de 2024 con el objetivo de trabajar y abrirse paso en el mundo de la música. Sin embargo, al llegar al país, tan solo estuvo unos meses, que para él pasaron más lento por el hecho de haber sido detenido por las autoridades migratorias estadounidenses.

Regresó a República Dominicana en las primeras semanas del nuevo Gobierno de Trump, cuando la ofensiva migratoria estaba en ciernes. Antes de eso, tuvo que enfrentar una travesía que incluyó tres países: El Salvador, Guatemala y México.

Para llegar a El Salvador, tuvo que aparentar que era un viaje de turismo. Su entrada a ese país, cuenta, “fue fácil”, ya que él y su grupo de migrantes pagó para que les entregaran papeles de manera ilegal.

El siguiente destino fue Guatemala, donde dice que todo fue más complicado y “aterrador”.

Por último, pasó por México, quedándose en varios lugares hasta que finalmente arribó a Estados Unidos como inmigrante indocumentado junto a otro grupo de personas que pagaron para que un “coyote” los cruzara de forma ilegal a través de la frontera norte.

En su llegada a EE.UU., todos los que iban con él fueron arrestados. Estuvo detenido durante casi un mes en Texas, antes de ser liberado tras hacer una entrevista de miedo creíble para argumentar por qué no podía volver a su país. Pero lo liberaron con un “grillete”.

A las autoridades de inmigración les dijo que iba con uno de sus tíos a Nueva York, por lo que ese fue su destino en Estados Unidos. Hernández Ortiz es rapero, de nombre Persawer, y quería abrirse paso en el mundo de la música en una de las capitales culturales más importantes del mundo. Y si no podía, al menos quería trabajar en lo que pudiese para construir algo en su país de origen.

“Quería visitar y conocer, todo el mundo quiere conocer Nueva York, el sueño americano. Allá está todo. El dinero vale más aquí (en República Dominicana), porque uno se va con una meta, a trabajar un par de años para venir a construir aquí”.

Su tío en Freeport, Long Island, no lo quiso recibir, así que tuvo que dormir con conocidos e incluso quedarse a pasar la noche en los trenes. No se podía alejar mucho de esa zona por el grillete.

“Me sentía bien, pero también me sentía preso. Me sentía bien porque ya no estaba en las manos de ellos (las autoridades de inmigración), por lo menos ya podía conocer por ahí (…) Me sentí preso porque no podía moverme a una cierta distancia. Tenía que comunicarme con ellos, tenía que reportarme por cámara con ellos, en foto. Me tenían como si fuera un preso. No tenía libertad”.

Trató de pedir trabajo en varias ocasiones, pero lo rechazaron por el grillete, que sonaba cada cierto tiempo o se veía a través del pantalón.

“Aparte de ser un inmigrante, que tú no tienes papeles para trabajar, me estaba afectando el grillete. La gente pensaba que yo era un criminal que iba saliendo de la cárcel. Me trataban como un criminal”, recuerda.

Comenzó a pensar en regresarse a República Dominicana por esa sensación de estar preso aun en libertad. Dice que una persona en el Consulado dominicano en Nueva York le ayudó para poder tramitar su carta de ruta, un documento para poder volver a República Dominicana de manera voluntaria.

El regresar a su país fue para Hernández como volver a la vida: “De una vez me sentí en el país mío, me sentí bien, sentí como que resucité, como que volvía a la vida. Porque era como un sueño que yo estaba allá” en Estados Unidos.

Comenta que volvería a tratar de vivir ese sueño en EE.UU., pero por la vía legal. En República Dominicana, trabaja pintando, poniendo pisos en construcciones, pero también publicó una canción a su regreso en febrero con el dinero que pudo juntar en Estados Unidos. Sabe que también el sueño de la música sigue en pie, aunque necesita de más inversión.

Manda un mensaje a quienes buscar llegar a EE.UU. de manera ilegal: “No lo intenten, que no lo hagan. Pueden perder su vida, pueden perder lo que más quieran por tratar (de ir) atrás de un sueño que se puede convertir en una pesadilla”.

Al chef mexicano Mario Carrera, de 54 años, la cocina lo ha acompañado en todo momento: desde que era un niño en su natal Oaxaca —estado en el sur de México— hasta sus últimos momentos mientras vivía en Estados Unidos, donde pasó más de la mitad de su vida y al que pudo llamar “hogar”.

A finales de agosto, regresó a su pueblo de nacimiento, Miahuatlán de Porfirio Díaz. Estuvo alrededor de 30 años en EE.UU. (en dos periodos separados entre la década de 1990 y 2025), y los últimos 10 trabajó como cocinero en un restaurante italiano en Miami-Dade, Florida. Ambas ocasiones que logró ingresar a Estados Unidos fue como inmigrante indocumentado.

El chef Mario disfrutaba su trabajo en Estados Unidos, dejaba su corazón en la cocina, forjó múltiples amistades y fue en ese país que conoció a su esposa María Martínez (originaria de Buenos Aires, Argentina), cuenta.

Pero la ofensiva migratoria del actual Gobierno de Trump hizo que se planteara su regreso a México. Junto con María, el temor fue creciendo cuando en las noticias no dejaban de circular hechos relacionados con las redadas migratorias y las manifestaciones a favor de los inmigrantes en Los Ángeles, California.

“Cuando (María) me dice ‘vámonos’, yo sentí que el mundo se me cerró. Porque qué voy a hacer allá, decía yo, cómo la voy a mantener, de qué vamos a vivir, no tenemos hijos, tenemos un perrito y un gatito”, relata Mario con un nudo en la garganta.

Bastó un susto más para que tomaran su decisión final:

A inicios de agosto decidieron salir de Estados Unidos y, dos semanas después, ya tenían todo listo para su regreso a territorio mexicano. Incluso contrataron abogados en México para sacar la residencia temporal de María.

A pesar de dejar gran parte de su vida tras de sí, Mario tiene la certeza de que fue la mejor decisión, de que es mejor “vivir en paz”.

“Me siento contento, me siento feliz y más que nada me siento en paz. Tengo la libertad de poder ir a cualquier lugar, sacar mi licencia y poder pasearme por todo el bello país que es nuestro México querido (…) No hay como estar acá, vivir en paz, tranquilo”, dice.

Da clic aquí para conocer la historia completa del chef Mario Carrera.

Leonel Chávez también vivió décadas en Estados Unidos, pero no regresó de manera voluntaria a su país. Este inmigrante mexicano de 42 años fue deportado en agosto tras ser detenido en Norwalk, Connecticut, junto a su hermano mientras iba rumbo a su trabajo.

“Me siento vacío, me siento devastado. A veces despierto y pienso que estoy allá. Es una pesadilla que a veces no me deja dormir”, dice Chávez desde la ciudad de Puebla, hoy su nuevo hogar.

Los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) utilizaron una pistola Taser durante el operativo de su detención. “Me pusieron el Taser dos veces en la pierna, y aquí”, cuenta mientras señala sus heridas: dos en su pierna izquierda y una en el pecho.

El video de la detención generó cuestionamientos de las autoridades de Connecticut y también de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, por considerar que se trataba de un operativo que se excedió en el uso de la fuerza y que constituye una “violación de los derechos humanos”. Las autoridades estadounidenses dicen que los agentes “tomaron las medidas pertinentes y siguieron su entrenamiento para usar la mínima fuerza necesaria” para resolver la situación.

Chávez llegó a EE.UU. con 17 años, donde se casó con una ciudadana estadounidense y nacieron sus tres hijos de 21, 20 y 16 años. Dice que es consciente que era un inmigrante indocumentado y que estaba en riesgo de ser deportado. Lejos de sentir enojo con Estados Unidos por su deportación, agradece todas las oportunidades que ha tenido desde que llegó siendo un adolescente.

Pero su reclamo tiene que ver con la forma en que las autoridades llevaron a cabo su arresto y el de su hermano. Comenta que nunca se resistió, que simplemente reclamó sus derechos y que fue arrestado sin poder dar aviso a su familia de que ya no volvería.

Da clic aquí para conocer la historia completa de Leonel Chávez.

Dachel García (de 34 años, originaria de Cuba) y Boris Bolagay (de 28 años, originario de Ecuador) llegaron a Estados Unidos en 2021, durante el primer año de gobierno de Joe Biden. Esta pareja vivía en Ecuador hasta antes de eso y decidieron irse a EE.UU. por la inseguridad en el país latinoamericano en esos tiempos.

A pesar de que estaban en proceso legal para conseguir la residencia permanente estadounidense, decidieron volver a suelo ecuatoriano por miedo a ser separados de su hija, quien tiene casi 2 años y nació en EE.UU., por lo que es ciudadana de ese país.

Su abogado les dijo que su proceso migratorio no les garantizaba estar a salvo en Estados Unidos ante la ofensiva migratoria de la administración.

Lo mejor por ahora, dice, es estar todos juntos porque “valoramos mucho el hecho de estar en familia”.

Dachel y Boris se fueron a Estados Unidos junto con los papás de García, ambos cubanos —su padre es ginecólogo y su madre es médico general—, quienes llegaron a residir a Ecuador en 2013, cuando Dachel tenía 16 años.

García dice que en EE.UU. su experiencia fue buena desde el aspecto económico, pudo construir una parte de su patrimonio junto a Bolagay y junto a sus padres. Tuvieron diferentes empleos, pero nunca pudieron trabajar en algo relacionado a su profesión.

Con lo que pudieron ahorrar en Estados Unidos y con la experiencia que acumularon en el tema del emprendimiento, la pareja planea poner un consultorio médico para que los papás de García sigan ejerciendo su carrera y, al mismo tiempo, continuar con la construcción de su patrimonio familiar.

Si bien están seguros que estar en Ecuador es lo mejor para su hija, Bolagay sabe que su país sigue inmerso en una situación de inseguridad parecida a la de 2021, por lo que sienten como si no se hubieran ido.

“Sentimos como que nunca nos hubiéramos ido, porque regresamos y nos encontramos prácticamente con todo igual: mismos problemas en política, en seguridad (…), es como que los cuatro años que estuvimos allá nunca nos fuimos de aquí. No vemos un cambio realmente grande en cuanto a estos temas”.

Bolagay añade que las detenciones migratorias en EE.UU., junto con la precarización del trabajo para los inmigrantes, hicieron más fácil tomar la decisión de volver.

“Cuando tomamos la decisión de regresar tampoco fue algo que lo pensáramos mucho, porque creo que la situación migratoria con el presidente Trump estaba supercomplicada, había temas que no veías antes con la administración de Biden. Por ejemplo, tú ibas por la autopista y ya te encontrabas patrulleros de la patrulla fronteriza, hacían requisas a las camionetas que pasaban porque como inmigrantes nosotros nos tocaba trabajar en lo que hay y lo que más había era construcción, entonces era mala paga, toda esa situación de trabajo precario que había allá”, explica.

Ahora, la familia está unida en Ecuador: no solo son Dachel, sus padres, la hija pequeña y Boris, sino también los padres de él. No es su prioridad volver a Estados Unidos, pero no se cierran a la posibilidad de volver, tal vez como turistas para que su hija, quien nació allá, conozca el país.

Juan Chacón, salvadoreño de 44 años, llegó a Estados Unidos como inmigrante indocumentado cuando tenía 20 años y luego se convirtió en beneficiario del Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés).

Regresó a El Salvador en 2021 —poco después del final del primer mandato de Trump— junto a su pareja, María Sara Cruz, también salvadoreña, de 34 años.

Pese a llevar décadas en el país, Chacón asegura que no se pudo adaptar completamente a Estados Unidos.

Regresar a El Salvador, dice, fue una decisión que tomó casi 10 años, en lo que lograban construir su hogar. Señala que compraron terrenos y, cuando terminaron de construir su casa en su país de origen, “ya me sentía más confiado” de volver.

El tener que renovar constantemente el TPS le generó cansancio y también fue uno de los motivos para regresar a El Salvador.

“El TPS tenía un problema: siempre se atrasaba en la renovación. Cuando llegaba la renovación, a mí en el trabajo me decían: ‘tráeme el TPS, si no te vamos a descansar’. Entonces yo le comentaba a mi esposa ‘Ya estoy cansado’, le dije, ‘que me estén jod***do cada año’, porque cada 18 meses más o menos era eso. Pero a la vez le doy gracias al TPS porque por eso trabajé donde trabajé. Pero esa era una de las situaciones que a mí me quitaba el sueño”, indica Chacón.

Sara Cruz comenta que, si tuvieran que tomar la decisión nuevamente, se volverían a regresar a El Salvador porque “el ambiente allá (en Estados Unidos) poco nos gustaba”.

“Sí es bonito en el trabajo, la vida allá (en EE.UU.), pero lo frustrado que vive uno, estresado. Porque aquí (en El Salvador) se estresa uno, pero no es como allá que usted sabe que si no saca para la renta no tiene nada. Entonces, esa vida es lo que a nosotros nos frustró mucho. Por eso tomamos más que (nada) esa decisión de volver”.

Cruz y Chacón tuvieron dos hijos en Estados Unidos: una niña que ahora tiene 11 años y un niño que tiene 6 años. Ambos son ciudadanos estadounidenses y, cuando volvieron a El Salvador, tenían 7 y 2 años, respectivamente. El cambio también lo perciben ellos, dice Cruz.

“Para la niña sentí que (el regreso) no (le pegó) tanto porque ella viajaba con mi esposo (a El Salvador). La trajo varias veces. Ella sí estaba un poco acoplada, pero ya de un solo (momento) traerla, cambiar hasta escuelas y todo, ya lo sienten diferente ellos”, explica.

Cruz agrega que el cambio al regresar es complicado, pero que la clave está en saber “de dónde viene uno” para que el choque al regresar no sea tan fuerte.

“A uno nunca se le va a olvidar de dónde salió. Digamos, si sale del campo y regresa (de manera) voluntaria, pues usted sabe a qué va. No va a una ciudad, usted sabe de dónde salió”, dice.

Wilkin, Mario, Leonel, Dachel, Boris, Juan y María. Todos saben de dónde salieron y ahora están ahí, de regreso en su país de origen, con incógnitas, pero también con una vida nueva frente a sí mismos.

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