Por qué la creciente politización de las fuerzas armadas por parte de Trump podría resultar contraproducente
Análisis por Stephen Collinson, CNN
¿Cuál es la diferencia entre la cubierta de vuelo de un poderoso portaviones estadounidense y un mitin MAGA? No mucha en la mente del presidente Donald Trump.
El comandante en jefe utilizó este martes un discurso a bordo del USS George Washington, atracado en Japón, para revivir las falsedades de las elecciones de 2020 y hacer campaña a favor de su plan constitucionalmente cuestionable de enviar tropas a ciudades estadounidenses.
En otro tiempo, este tipo de actividad política, con las fuerzas armadas como telón de fondo, habría causado conmoción en el país. Pero Trump ha transgredido tantas normas de la presidencia que ya no sorprende a nadie.
Recientemente, el presidente recibió el apoyo entusiasta de los militares tras un discurso profundamente partidista en Fort Bragg, Carolina del Norte, que inquietó a muchos ex altos mandos. Organizó un desfile por Washington para conmemorar el 250 aniversario del Ejército, que coincidió con su cumpleaños. Divagó en un discurso ante altos mandos militares procedentes de todo el mundo en Virginia el mes pasado.
Los generales y almirantes también tuvieron que soportar una diatriba antiprogresista del secretario de Defensa, Pete Hegseth.
Lo más notorio fue que, durante su primer mandato, Trump obligó al general Mark Milley a marchar con él después de que se desalojara a los manifestantes de las inmediaciones de la Casa Blanca.
El entonces jefe del Estado Mayor Conjunto se disculpó por verse involucrado en la política interna y pasó a formar parte de la lista de enemigos acérrimos de Trump.
Trump hizo una entrada espectacular el martes ante cientos de marineros y personal militar, descendiendo en un enorme ascensor con aviones militares de fondo.
Su discurso a bordo del USS George Washington fue un auténtico despliegue de ingenio. Afirmó haber soñado con ser almirante y dio rienda suelta a su obsesión por la mejor manera de alimentar las catapultas que usan los portaaviones para lanzar sus aviones de combate al cielo.
Pero también abordó temas intensamente políticos frente a oficiales y personal alistado no partidistas, anticipando una ampliación de su esfuerzo por enviar tropas a ciudades estadounidenses en una purga delictiva y de inmigración constitucionalmente cuestionable.
“Tenemos ciudades con problemas. No podemos permitir que nuestras ciudades tengan problemas, así que estamos enviando a la Guardia Nacional”, dijo Trump. “Y si necesitamos más efectivos, enviaremos más, porque vamos a tener ciudades seguras. No vamos a permitir que muera gente en nuestras ciudades. Les guste o no, eso es lo que estamos haciendo”, afirmó el presidente.
El momento en que lanzó su amenaza de usar tropas estadounidenses contra ciudadanos del país fue desconcertante. Se produjo dos días antes de su reunión prevista en Corea del Sur con el presidente Xi Jinping, líder del Partido Comunista Chino, que empleó a su ejército contra su propio pueblo para reprimir las protestas de la plaza de Tiananmen en 1989.
Los planes de Trump no se comparan con aquella atrocidad histórica. Pero el simbolismo de sus esfuerzos por utilizar a las fuerzas armadas para reforzar su imagen de hombre fuerte es evidente.
En lo que va de su segundo mandato, Trump ha desplegado la Guardia Nacional para proteger instalaciones federales en Los Ángeles, Chicago y Portland (Oregon), lo que ha provocado múltiples litigios y cuestionado leyes que impiden el despliegue de tropas en territorio estadounidense con funciones policiales.
Ha utilizado tropas de reserva para respaldar operativos contra el crimen en Memphis (Tennessee) y Washington.
La semana pasada, el presidente suspendió un plan para enviar tropas a San Francisco tras la intervención de altos ejecutivos del sector tecnológico. Los críticos de Trump argumentan, y algunos jueces lo han dictaminado, que ha exagerado la situación en las ciudades estadounidenses y se ha excedido en sus atribuciones constitucionales, las mismas que los miembros de las fuerzas armadas juran defender.
A todos los presidentes les encanta ser aclamados por las tropas en público. Pero la mayoría se esfuerza por no exponer a los militares a situaciones políticas incómodas. La presidencia de Trump, sin embargo, es un ejemplo de cómo pisotear el decoro.
Su desprecio por las convenciones es una de las razones por las que es tan popular entre sus seguidores de MAGA.
Existen razones de peso para que los presidentes intenten evitar la politización de las fuerzas armadas. La integridad de una fuerza de voluntarios dirigida por civiles depende de que no se la perciba como un instrumento de ningún partido. Este escudo apolítico protege tanto al personal como las solicitudes presupuestarias del Pentágono, que a menudo se benefician del apoyo bipartidista.
Muchos de los asistentes a los discursos militares de Trump podrían compartir su ideología política. Pero la seguridad de Estados Unidos depende de que rindan pleitesía a quienquiera que sea el comandante en jefe en el futuro.
Por supuesto, las fuerzas armadas no son ajenas a la política. Reflejan la sociedad, por lo que temas polémicos como la atención médica para los miembros LGBTQ o la igualdad racial y de género siempre tienen repercusiones en sus filas.
El equipo de Trump llegó al poder decidido a revertir lo que consideraban un retroceso progresista.
Hegseth recortó drásticamente los programas de diversidad, equidad e inclusión y flexibilizó las normas de combate destinadas a proteger a la población civil.
Ordenó la expulsión de las personas transgénero de las fuerzas armadas, puso en duda la aptitud de las mujeres para el servicio activo y destituyó a altos mandos, varios de los cuales pertenecen a minorías.
“Desde el primer día, esta administración ha hecho mucho por eliminar la basura tóxica, políticamente correcta y de justicia social que había infectado nuestro departamento, por erradicar la política”, manifestó Hegseth a los altos mandos en Quantico, Virginia, el mes pasado. “Basta de meses dedicados a la identidad, oficinas de DEI y hombres vestidos de mujer. Basta de idolatría al cambio climático. Basta de división, distracciones y delirios de género”.
Resultaría difícil encontrar un discurso más politizado por parte de un secretario de Defensa. Los altos mandos permanecieron en silencio, acatando las normas que les prohíben participar en actividades políticas o campañas partidistas.
Trump no es el primer presidente acusado de politizar las fuerzas armadas.
Algunos republicanos argumentaron que el expresidente Bill Clinton lanzó ataques aéreos en Iraq para desviar la atención del escándalo de Monica Lewinsky.
Los demócratas creían que los discursos previos a la guerra del presidente George W. Bush ante las tropas constituían una campaña politizada a favor de lo que consideraban una invasión ilegal de Iraq.
En 2022, los republicanos criticaron al presidente Joe Biden por estar flanqueado por dos marines durante un discurso en Filadelfia, en el que calificó a Trump como una amenaza para la igualdad y la democracia.
“El uso que hace el presidente de los marines en servicio activo como instrumentos políticos socava la naturaleza apolítica de nuestros militares y erosiona la confianza en nuestras fuerzas armadas”, escribieron en aquel momento varios legisladores republicanos al secretario de Defensa, Lloyd Austin.
En sus casi 10 meses de regreso en el cargo, Trump ha protagonizado transgresiones mucho mayores, pero, como suele ocurrir, no ha enfrentado ninguna reacción negativa por parte de los republicanos.
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