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¿Qué hacemos el día que se muera Maradona?

Por Esteban Campanela, CNN en Español

Cada vez que se quería planear un escenario de cómo actuar ante un breaking news gigante, todas las redacciones periodísticas de Argentina usaban el mismo ejemplo: ¿Qué hacemos el día que se muera Maradona? Tristemente, ese día llegó el 25 de noviembre de 2020 y nadie estaba preparado. Y no hablo de las redacciones, sino del mundo.

Ese genio del fútbol que tantas veces había gambeteado la muerte, que parecía tener una genética indestructible, autor de proezas que inspiraron a cientos de millones, que fue uno de los seres humanos más famosos del planeta, murió prácticamente solo y bajo cuidados médicos que están bajo sospecha de ser, al menos, deficientes.

El dolor invadió todos los rincones. En Argentina fue atroz. Cientos de miles acudieron a su funeral en la Casa de Gobierno en medio de la pandemia. Ni siquiera el temor al covid-19 los detuvo. Maradona logró unir en la desolación a un país fuertemente dividido. Adultos lloraban como niños. Su féretro quedó cubierto de decenas de camisetas de fútbol y ofrendas que la gente arrojaba mientras le agradecía con la voz ahogada.

Su funeral se pareció a su vida: fue un caos. Los llantos se mezclaron con disturbios, los cantos de aliento con gritos de la policía y barrabravas. La ceremonia debió terminar antes y, a pesar de haber estado esperando por horas, muchos se quedaron con las ganas de despedir de cerca a su eterno campeón.

Ya pasaron cinco años desde la muerte del “10”. Y 28 desde que dejó de jugar profesionalmente. Sin embargo, todavía hay niños muy pequeños que lo idolatran. Siguen inaugurándose murales y estatuas en su honor. Sus goles y sus frases siempre son virales. Hay una “iglesia maradoniana” en Argentina, que celebra la “Navidad” cada 30 de octubre, día de su cumpleaños. Precisamente este último 30 de octubre, una estatua suya recorrió las calles de Nápoles, rodeada de flores y alabanzas. Muchos todavía lo consideran el mejor futbolista de la historia, a pesar de que no está ni cerca de ser el más ganador.

Pero ¿cómo explicar el fenómeno Maradona? Creo que hay cuatro claves para entender por qué hubo épocas en la que era considerado el ser humano más famoso del mundo.

La primera clave es la más obvia: su talento sobrenatural con una pelota de fútbol.

Fue el protagonista de un equipo juvenil de la cantera de Argentinos Juniors apodado “Los Cebollitas”, que pronto consiguió una inusual notoriedad. Su don era tan inmenso que le pidieron que empezara a hacer “jueguitos” en los entretiempos de los partidos de primera división (por si algún lector no futbolero llegó hasta aquí, jueguitos es básicamente evitar que el balón toque el suelo sin usar las manos). Al poco tiempo, al público le interesaban más los entretiempos que los partidos.

Un breve tiempo después de debutar profesionalmente en ese club, muchas personas pronosticaban que iba a ser “más grande que Pelé”, quien era en ese momento el indiscutido Rey del Fútbol. Esa comparación con el brasileño tricampeón del mundo lo acompañaría toda su vida. O, mejor dicho, lo acompañaría hasta que tomó mayor protagonismo la comparación con otro diez zurdo argentino nacido en Rosario.

Fue traspasado a Boca Juniors por una millonaria cifra en 1981 y consiguió el que sería su único título en suelo argentino. Se fue al FC Barcelona como la transferencia más cara de la historia hasta ese momento. Sin embargo, su paso por el club catalán no fue lo que se esperaba, porque estuvo mucho tiempo sin poder jugar entre una hepatitis, una fractura de tobillo tras una patada criminal de un rival y una suspensión por una escandalosa pelea con los jugadores del Athletic Club. Además, según él mismo contó en su autobiografía Yo soy el Diego, en esta etapa fue cuando empezó a drogarse. En 1984 partió rumbo al Napoli, donde se vio su mejor versión. Ese periodo terminaría en 1992 y sería el fin de sus años dorados. Luego tuvo pasos breves por Sevilla y Newell’s Old Boys, antes de cerrar su carrera en Boca nuevamente. A nivel clubes, solo obtuvo ocho títulos, entre 1981 y 1990.

En lo futbolístico, lo que realmente lo consagró como una leyenda fue el Mundial de México 1986. Maradona tuvo una actuación que, probablemente, sea la más decisiva de cualquier jugador en la historia de la Copa del Mundo. Lideró a un equipo sin grandes figuras hasta coronarse campeón. En números fríos, de los 14 goles de Argentina convirtió cinco, y dio cinco asistencias. Y, en una época en la que los arbitrajes eran muchísimo más permisivos, recibió la cifra récord de 53 faltas durante el torneo. Ni siquiera así pudieron detenerlo.

De todos esos partidos donde fue determinante, hubo uno especial, consagratorio, que pareció salido del mejor guion cinematográfico. Los cuartos de final enfrentaron al conjunto albiceleste con Inglaterra. Como contexto, el juego ocurrió cuatro años después de la Guerra de Malvinas, en la que triunfaron los británicos. El dolor del pueblo argentino todavía estaba muy presente. Justamente en esa situación, Maradona firmó sus dos obras de arte más trascendentales. En el primer gol, a pesar de medir sólo 1,65 m, se elevó por el aire y venció al guardameta inglés Peter Shilton, que medía 1,87 m y que, además, podía usar sus manos. Mejor dicho, a quien el reglamento le permitía tocar la pelota con las manos. Porque Maradona, en un rapto de astucia y trampa, también usó su mano. Más tarde, en una entrevista, fue él mismo quien le puso título a esa primera obra de arte: “Fue la mano de Dios”.

Después llegaría su talento en el máximo estado de gracia. Tan increíble fue, que esta segunda obra de arte recibió el título del “Gol del Siglo”. Más que intentar describirlo, mejor leer el relato del periodista Víctor Hugo Morales, que logró ser igual de perfecto:

Ese partido sintetiza a Diego Armando Maradona. Su talento descomunal y su tendencia a romper las reglas. El amor incondicional de quienes lo consideran un héroe y el odio visceral de los que lo ven como un villano.

El 10 de la Selección Argentina se mantuvo en ese nivel supersónico. Otros dos goles en la semifinal ante Bélgica y una asistencia inolvidable en la final con Alemania para el gol que le daría la segunda estrella al conjunto sudamericano. Su hazaña estaba completa. Maradona era inmortal.

Otra de las claves para entender por qué trascendió en el deporte es su identificación con los humildes. Nació en una numerosa familia muy pobre de Villa Fiorito, un asentamiento en la Provincia de Buenos Aires. Muchas veces contó cómo su madre, “Doña Tota”, pasó hambre para que sus hijos pudiesen comer. Eso lo marcó para toda la vida. Su zurda se forjó en esas calles de tierra y piedras. Y el fútbol es el deporte de los pobres porque solo se necesita algo con forma redonda para jugar. Si es una pelota, mejor.

Maradona nunca olvidó esos orígenes. Siempre se involucró en polémicas y se puso del lado de los pobres o de los más débiles. Como él mismo decía, enfrentaba a “los poderosos”. Esa aura de héroe popular que decía lo que muchos pensaban llevó a millones a idolatrarlo, tanto que se popularizó el apodo de “D10s”.

Su éxito en Boca Juniors, club del cual era hincha, y en el Napoli reforzaron su imagen de emblema de los que menos tienen. Boca siempre fue el club de las clases populares y Napoli era uno de los referentes más grandes del sur pobre de Italia, mientras Juventus y Milan eran los ricos del norte. Maradona les permitió a los humildes soñar con que, al menos durante 90 minutos, podían vencer a los ricos.

La tercera característica que destacó a Maradona por sobre otros grandes futbolistas fue su vida cinematográfica fuera de los campos de juego. Llena de excesos, caídas, polémicas, revanchas y extremos. Todo alrededor suyo era blanco o negro. De vida o muerte.

Su adicción a las drogas lo perjudicó durante décadas, con sus permanentes avances y retrocesos, con recaídas que fueron desgastando su salud. Una vez le dijo al director de cine Emir Kusturica:

Durante su estadía en Nápoles desarrolló un vínculo cercano con la “camorra”, la mafia napolitana. Esa relación contribuyó mucho a su hundimiento. Sus salidas nocturnas se hicieron cada vez más salvajes. En 1991 fue suspendido por 15 meses por presencia de cocaína en su orina tras un encuentro ante el Bari. Eso terminó con su paso por Napoli.

Volvió a las canchas ya jugando para Sevilla y lejos de su mejor forma. Ya en 1993 se reencontró de manera heroica con su amor más grande, la selección argentina, en el repechaje para el Mundial de Estados Unidos 1994 ante Australia. El para entonces subcampeón del mundo sufrió, pero se clasificó.

En esos meses en los que se preparaba para el Mundial, su conflictiva relación con la prensa tocó el punto más bajo. Para dispersar a un grupo de periodistas que lo esperaba en la puerta de uno de sus domicilios les disparó con un rifle de aire comprimido, hiriendo a un par de ellos.

Maradona se propuso reencontrarse con su mejor estado físico para buscar nuevamente la Copa del Mundo. En los dos primeros partidos de Estados Unidos 1994 demostró que, a los 33 años, todavía era el mejor. Sin embargo, cuando su equipo parecía el máximo candidato al título, fue excluido del torneo tras un control de dopaje en el que le encontraron efedrina. El 10 siempre sostuvo que fue por un medicamento inofensivo que le recetaron y que su sanción tenía que ver con sus constantes críticas a la FIFA. Allí nació otra de sus históricas frases: “Me cortaron las piernas”. Volvió a tener una grave suspensión de 15 meses y fue el triste final de su carrera con el conjunto nacional.

Tras retirarse como futbolista profesional, Diego Maradona vivió probablemente el momento más difícil de su vida. Lejos de la profesión que amó, sus vicios avanzaron como nunca. A los 39 años, y con un sobrepeso notable, estuvo al borde de la muerte en Uruguay. Se salvó de milagro.

Su amistad con Fidel Castro llevó a que eligiese mudarse a Cuba para someterse a un prolongado tratamiento de desintoxicación. Sin embargo, su estadía en la isla no estuvo exenta de excesos.

Su vida tuvo muchas otras polémicas. Hijos extramatrimoniales, causas judiciales, infinidades de contradicciones y más.

Pero mucha gente sentía empatía por esas contradicciones y admiraban su resiliencia después de morder el polvo. El que mejor lo definió fue el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro Cerrado por Fútbol:

Por último, la cuarta característica que catapultó a Maradona a una fama global fue su mezcla fascinante de carisma y picardía. Lo rodeaba un halo inexplicable. Cuando entraba a un sitio, algo cambiaba. Inmediatamente, las personas empezaban a sonreír. Por más que no dijese nada. Y si decía algo, mucho más. Autor de innumerables frases que fueron tan célebres como sus jugadas. Además de las que ya mencionamos en este texto, dejó otras históricas como en su partido despedida en la Bombonera:

Instaló la frase “se le escapó la tortuga” para referirse a alguien lento o que no hizo algo evidente que tenía que hacer. O “más falso que dólar celeste” para describir a personas desleales o hipócritas. También resumió por qué para él fue tan difícil acostumbrarse a la fama y el dinero: “me sacaron de Villa Fiorito y me revolearon de una patada en el c*** a París, a la Torre Eiffel”.

El debate sobre quién ha sido el mejor futbolista de la historia es imposible de saldar. Lo que es claro es que nunca va a haber otro igual a él. La respuesta a la pregunta que titula este artículo es: disfrutar su talento, perdonar sus errores, reírnos de sus ocurrencias y contarles a las nuevas generaciones quién fue Diego Armando Maradona.

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