Una desconocida le envió un mensaje. Entonces viajó cientos de kilómetros para acompañarla en su audiencia de inmigración
Por Anabella González, CNN en Español
Un día de septiembre, Felicia Rangel-Samponaro revisaba sus mensajes no leídos en redes sociales cuando vio uno que no esperaba recibir y que no pudo ignorar. Una mujer le escribía desde Houston, a una distancia de cinco horas en auto de su ciudad. Era una madre soltera de dos hijos menores y sin familia en Estados Unidos, quien le pedía a Felicia que la acompañara a su audiencia de inmigración. “Simplemente me sentiría mejor si estuvieras aquí”, le dijo.
Rangel dedicó los últimos seis años a ayudar a inmigrantes en la frontera de Estados Unidos-México, siempre desde el lado mexicano. Pero poco después del inicio del segundo mandato del presidente Donald Trump, supo que su foco de atención había cambiado: ahora muchos de esos inmigrantes la necesitaban esta vez en las cortes de inmigración en suelo estadounidense.
De ese lado de la frontera, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) intensificó en los últimos meses los arrestos y deportaciones de inmigrantes al salir de sus audiencias en las cortes de inmigración, en el marco de la política de deportaciones masivas del Gobierno de Trump.
Es ahí cuando Rangel interviene. Asiste cada semana a la corte del valle del Río Grande, en el sur de Texas, y como observadora legal acompaña a quienes transitan ese proceso. Escucha sus audiencias y la decisión del juez. Luego registra el arresto de las autoridades —los últimos momentos en libertad de esos inmigrantes antes de ser deportados— y lo comparte en sus redes sociales.
“Yo me siento en la sala del tribunal y escucho sus casos”, dice a CNN desde su casa en el sur de Texas. Dice que la mayoría de las audiencias que presenció son de casos de personas que no tienen antecedentes penales.
Pero lo que no imaginaba era que esa tarea en su comunidad la llevaría a viajar horas para acompañar a una completa desconocida a una audiencia ante un tribunal de inmigración. Y que su presencia allí sería clave para la decisión de la jueza del caso.
Johanna, de quien Felicia preservó su verdadero nombre en redes sociales por su privacidad, le contó que su abogado había desistido de seguir llevando su caso, no tenía familia en Estados Unidos y tenía que presentarse sola con ellos ante el juez.
Felicia quiso saber qué esperaba la mujer de su presencia allí y al hablar con ella notó que lo que Johanna necesitaba era, en primer lugar, apoyo emocional. Le contó que hace tiempo veía que registraba estos casos en sus redes sociales y que necesitaba su compañía ese día.
“Ella estaba en el final de su proceso. De hecho, me envió sus documentos del tribunal para que pudiera verificar que todo esto era verdad, porque yo no la conocía y ella realmente no me conocía a mí”, dice Felicia entre pausas, aún conmocionada por el caso. Cuenta que Johanna le pidió que fuera a Houston para registrar la audiencia a la que iría con sus dos hijos menores.
Felicia quería ayudarla, pero no dijo que sí de inmediato. “Era realmente triste. Y también me sentía algo incómoda grabando a niños que están siendo llevados por ICE, aunque ya lo he hecho antes”, cuenta.
Con el paso de los días no dejaba de pensar en Johanna. Pasaron dos semanas y el día de la audiencia estaba cada vez más cerca. Una conversación con su pareja sobre la posible deportación de la mujer de pronto le dio claridad a la decisión. “Él me dijo ‘te vas a sentir muy mal si se la llevan y nadie está allí para ella y sus hijos’. Y era cierto. Me sentiría fatal si eso les pasara”. Entonces viajaron a acompañarla y a documentar su caso. Consiguieron que un sacerdote católico de Houston también fuera ese día a la corte. Johanna ya no estaba sola.
Finalmente Johanna logró que la jueza aplazara su caso hasta noviembre para darle tiempo a que consiga un abogado pro bono que la represente en una nueva audiencia.
Felicia cuenta que, en su decisión, la jueza argumentó que el hecho de que todas esas personas estaban allí acompañándola le daba la pauta de que la próxima vez iba a lograr conseguir un abogado. Pero aclaró que no habría más aplazamientos. CNN contactó a la corte de Houston que lleva adelante su caso y está a la espera de respuesta.
Johanna tiene ahora algunas semanas más hasta su próxima audiencia. Felicia intenta conseguir un abogado pro bono en Houston para su caso.
Psicóloga y maestra certificada en Texas, Felicia Rangel-Samponaro dice que su área de trabajo siempre fue la educación. En 2018, fundó junto a Victor Cavazos The Sidewalk School, una organización para brindar educación y asistencia a niños y familias que vivían en el campamento de Matamoros, en el estado mexicano de Tamaulipas, a la espera para emigrar a Estados Unidos.
A pocos metros de la frontera sur de EE.UU., los migrantes acampaban debido a una política del primer mandato de Trump que exigía que debían permanecer en México hasta la fecha de su audiencia de inmigración. El trabajo de la organización también se replicó en Reynosa y en otra decena de campamentos a lo largo de la frontera.
Este año, la nueva política inmigratoria del Gobierno de EE.UU. llevó a los co-directores de la organización a hacerse preguntas sobre su trabajo. “¿Dónde están las personas que nos necesitan, con quienes hemos estado trabajando durante 6 años, que son inmigrantes? Y donde estaban, donde eran acosadas y llevadas… era en los tribunales”, dice Felicia. “Decidimos que necesitábamos estar ahí”.
Desde entonces, cuenta, ha sido para ambos un trabajo que no conoce de días libres ni horario de salida. Son pareja desde hace seis años; él tiene cuatro hijos, ella uno.
Ella nació en Houston hace 49 años, pero hace más de 15 años vive en la frontera.
“Víctor y yo hemos hecho de esto nuestra vida desde 2018, a lo largo de Matamoros, Reynosa, Progreso, y todo lo que hay en medio”, dice sobre la actividad de ambos en la frontera EE.UU-México.
“Así que cuando la gente normalmente me pregunta por mis pasatiempos, no tenemos tiempo para eso”, cuenta entre risas.
Hace meses que Felicia asiste cada semana a la corte de inmigración en el valle del Río Grande y publica los registros de las audiencias en sus redes sociales.
A esas audiencias no va sola: va acompañada de un sacerdote católico. Dice que ella no es católica, pero su vínculo con la religión se generó durante los años de trabajó en los campamentos de inmigrantes. “Muchos de los voluntarios que van allí son religiosos. Conocimos a muchas iglesias y otros líderes de la fe. (…) Ellos empezaron a venir todos los días, y así fue como empezamos a acercarnos cada vez más”.
Cuando Felicia responde qué siente cada semana cuando va a las audiencias de inmigración, su respuesta es inmediata, la dice casi sin pensar: “Realmente afecta tu salud mental. He trabajado dentro de 11 campamentos y en ese tiempo hemos visto muerte, sufrimiento, hambre… Y para ser honesta, pensé que podría manejar mejor esta situación, porque he estado expuesta a tanto a diario. Pero es muy diferente cuando ves a personas siendo llevadas. Esa es una sensación completamente nueva a la que aún no me acostumbro”, dice.
En los campamentos de inmigrantes cuando trabajaban del lado mexicano, cuenta, llegaban a conocer a la gente y sus nombres, y formaban un vínculo con ellos. Ahora todo sucede muy rápido.
“Las personas no me conocen. Escucho sus nombres en la corte y escucho sobre su caso. Y treinta minutos después de escuchar su nombre y su caso, ahora estoy documentando cómo se los llevan”, explica.
La primera vez que fue a una audiencia de inmigración de su ciudad junto al sacerdote católico, dice que ICE se llevó a varias personas esa tarde. “Ese primer día fue muy impactante para nosotros. No podíamos creer que estaban llevándose a todos”.
Al ver eso, dice que sintió aún más que ese era el lugar en el que tenía que estar cada semana para registrar lo que sucedía.
“He visto todo tipo de reacciones de las personas mientras esto les sucede. No tenían idea de que esto les iba a pasar y eso también es difícil de ver. Es un área tan pequeña y una ciudad tan pequeña. Pero sucede aquí cada semana”, afirma.
En los últimos meses, los operativos de las autoridades de inmigración en Estados Unidos han mostrado en varios casos el uso de la fuerza y la agresividad. Tanto en las cortes, como en redadas en lugares de trabajo.
“Definitivamente se ha vuelto mucho más agresivo. Incluso cuando las personas no están resistiéndose”, asegura Felicia. Agrega que también ve una mayor cantidad de agentes de inmigración presentes en los operativos en las cortes. “Ves, por ejemplo, a un hombre que van a llevarse y como doce agentes de ICE enmascarados rodeándolo”, describe. “Es mucho y da miedo. Da miedo para cualquiera que lo esté viendo”.
En una de sus últimas visitas a la corte, cuenta que el sacerdote que estuvo con ella también tenía miedo porque vio que un agente los filmaba mientras ellos registraban la detención. “Entiendo que la intención es intimidar e intentar que deje de grabarlos. Pero no me fui. Me quedé durante todo el proceso”, afirma.
Rangel-Samponaro piensa durante algunos segundos antes de hablar sobre el futuro y cómo se imagina el panorama en los meses siguientes si la política inmigratoria del Gobierno sigue su curso. “Realmente no sé cómo se va a ver esto para finales de este año. Quiero decir, si sigues llevándote gente, ¿entonces quién va a quedar para mediados del próximo año?”.
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