La verdad sobre Wallis Simpson, la mujer acusada de robarse a un rey
Nota del editor: Kate Williams es profesora de Historia en la Universidad Reading, colaboradora de CNN, es comentarista/historiadora de la realeza y autora de “Young Elizabeth”, sobre la Reina. Las opiniones expresadas aquí son propias de la autora.
(CNN) — Por muchas décadas, Wallis Simpson ha sido vista como una seductora, la mujer que alejó a un rey de su deber y empujó a su hermano menor a un rol estresante.
La historia la describe como una intrusa: una suerte de consorte real similar a la antigua caricatura de la femme fatale. Se ha hecho una especulación sensacionalista sobre los “trucos” que ella utilizó para “conquistar” al rey, y se lanzaron hacia ella todo tipo de insultos sexistas.
Pero la historia de Wallis es complicada, y llegó el momento de que la veamos desde otro ángulo.
Wallis ha sido señalada siempre como la culpable de derribar la monarquía, pero la verdad es que ella quería que Eduardo se quedara en el trono. Ella intentó convencerlo de que debía ser su amante, no su esposa, preguntándose si no era mejor “escoger el camino más fácil”.
Pero Eduardo VIII se enamoró hasta la médula, a pesar de recibir poca incitación de la misma estadounidense. Él estaba empeñado en tenerla, y cuando lo lograra, quería casarse, para que ella fuera la reina “Emperatriz de la India, el paquete completo”.
Bessie Wallis Warfield nació en Pensilvania en 1896, y pasó sus años formativos en Baltimore. En 1916 se casó con un piloto llamado Earl Winfield Spencer, un hombre cuyo trabajo en las fuerzas armadas llevaría a la pareja a China. Pero Spencer bebía mucho y tenía mal carácter; ella se divorció de él al poco tiempo y se enamoró de su segundo esposo, Ernest Simpson.
Fue en enero de 1934, cuando Wallis tenía 38 años y vivía con Simpson en Londres, que su amiga Thelma Furness se acercó a ella para pedirle un favor. Furness era amante del príncipe Eduardo y quería asegurarse de que ninguna otra mujer lo agarrara mientras ella hacía un breve viaje a Estados Unidos.
Le pidió a Wallis, a quien ya le había presentado a Eduardo, que entretuviera al príncipe y lo mantuviera ocupado mientras ella estaba de viaje.
Lamentablemente para Furness, Eduardo se enamoró de Wallis y se olvidó casi de inmediato de su examante. Todos esperaban que se olvidara de ella. El esposo de Wallis esperó pacientemente, y hasta la misma Wallis pensó que duraría poco.
Pero a medida que Eduardo se volvió más apasionado, Wallis deseaba escapar de la relación, tal como indicó Anne Sebba en su libro “That Woman”. A diferencia de todas las otras mujeres de su colección, que querían a Eduardo y lo dejaban en claro, Wallis era más serena; cuanto más se contenía, insegura de las consecuencias, él más se aferraba a ella. Eduardo amenazó con matarse y dijo que la perseguiría si ella lo dejaba.
El 20 de enero de 1936 murió el rey Jorge, y de repente el príncipe Eduardo era el rey; un rey que aún se negaba dejar a su amante estadounidense. Cuando llegó la sentencia provisional del segundo divorcio de Wallis en noviembre de 1936, fue el primer ministro Baldwin quien le explicó al nuevo soberano que, como cabeza de la Iglesia de Inglaterra, le sería imposible casarse con una mujer divorciada.
Se trazó un plan posible en el que Wallis podía ser la esposa del rey, pero no la reina, con el título de duquesa de Cornualles (el título tomado ahora por Camilla, la esposa del príncipe Carlos), pero fue rechazado. Los diarios dieron la primicia, tal como notó la esposa del Primer Ministro, con titulares sobre “la arpía y el Rey”.
Wallis huyó de la prensa a Francia, en donde declaró que dejaría a Eduardo. Pero Eduardo no lo aceptó, y en cambio procedió a dejar el trono por “la mujer que amo”, como dijo en el deshonroso discurso de abdicación dirigido a la nación.
Wallis estaba atrapada en una historia de amor inventada por Eduardo, y fue atacada como la mujer que puso a la monarquía patas para arriba. Hasta la responsabilizaron por la fascinación de Eduardo con el Tercer Reich y dijeron que era espía nazi.
Por supuesto, Wallis fue una entusiasta participante de la visita de Eduardo a la Alemania nazi en 1937, y tanto los servicios secretos de Estados Unidos como los británicos tenían un expediente sobre la correspondencia de ambos con funcionarios alemanes. Pero sin importar lo reprobables que fueran estas simpatías, ella no influenciaba a Eduardo.
Él se interesó en el Tercer Reich porque le dio la deferencia que él quería. Han surgido imágenes anteriores a que Wallis se convirtiera en su amante que muestran a Eduardo al lado de su sobrina, la ahora reina Isabel II, haciendo el saludo nazi.
Eduardo siempre tomó sus propias decisiones: decidió seguir incansablemente a una mujer que más de una vez sugirió que pusieran fin a la relación, y escogió abdicar de su juramento y vio a Wallis como una escapatoria.
Sin embargo, él es visto como un hombre heroico que se sacrificó, mientras Wallis es odiada. Ni siquiera la compasiva película de 2011 de la estrella del pop Madonna, “W.E.”, pudo cambiar la mentalidad de la gente.
Tal como hemos visto en repetidas ocasiones a través de los años, y más recientemente con Meghan, la duquesa de Sussex, a las mujeres que se casan en la familia real las hacen sufrir, las atacan por su apariencia, su familia, su trabajo, las vidas que han llevado. Meghan ha sufrido una cantidad inconcebible de críticas sexistas y racistas. Kate Middleton, la duquesa de Cambridge, fue ridiculizada y su familia criticada, y hasta la princesa Diana fue constantemente castigada por su peso y aspecto.
Wallis ha sido tan demonizada que cuesta verla en el mismo grupo, pero la persiguió el mismo tipo de odio de clase y sexismo. Sí, se juntó con el príncipe, pero pensó que sería un amorío breve. Ella no lo engatusó.
Y si bien hay muchos aspectos de su carácter que podemos y en algunos casos debemos cuestionar –entre ellos sus simpatías con el Tercer Reich– ver su legado como el de una inescrupulosa “arpía”, seductora o femme fatale que alejó al rey de su deber no es verdadero ni justo.
La abdicación fue contada a la población como una historia de amor, un romance en vez de una crisis política. La consecuencia fue que el gobierno se mantuvo en su lugar, pero a Wallis la culparon de todo.
Nos dicen que toda niña quiere ser una princesa. Pero como nos muestran las muchas mujeres que se han casado con los Windsor, casarse con un príncipe suele estar lejos de aquella frase “y fueron felices para siempre”.
Traducción de William Montes