OPINIÓN | El mundo mira a Washington con horror
Nota del editor: David A. Andelman, colaborador de CNN, dos veces ganador del premio Deadline Club y director ejecutivo de The Red Lines Project, es autor de «A Red Line in the Sand: Diplomacy, Strategy, and the History of Wars That Might Still Happen» y presentador de su podcast Evergreen. Fue corresponsal del diario The New York Times y CBS News en Europa y Asia. Síguelo en Twitter @DavidAndelman. Las opiniones expresadas en este comentario pertenecen únicamente al autor. Ver más opinión en cnne.com/opinion.
(CNN) — Incluso Boris Johnson, quien durante mucho tiempo sintió una admiración mutua por Donald Trump, no pudo contenerse el miércoles mientras lamentaba las imágenes que circulaban por todo el mundo del Capitolio de Estados Unidos bajo asedio.
«Escenas vergonzosas en el Congreso de Estados Unidos», tuiteó el primer ministro de Reino Unido mientras el Congreso seguía siendo invadido. «Estados Unidos defiende la democracia en todo el mundo y ahora es vital que haya una transferencia de poder pacífica y ordenada».
Lamentablemente, para gran parte del mundo, no parecía quedar mucho de democracia en Washington que Estados Unidos pudiera defender. La posición que por siglos ocupó Estados Unidos como el pilar brillante del gobierno racional estaba siendo sacrificada por la arrogancia de un líder en su salida.
Mientras el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, tuiteó sobre «escenas impactantes en Washington», el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Heiko Maas, comparó las escenas en Washington con las de los nazis aprovechando la quema del edificio del parlamento del Reichstag en 1933 para impulsar el ascenso de Adolf Hitler.
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«Los enemigos de la democracia se regocijarán con estas imágenes inconcebibles de Washington», tuiteó Maas. «Las palabras sediciosas se convierten en acciones violentas, en los escalones del Reichstag y ahora en el Capitolio. El desprecio por las instituciones democráticas tiene efectos devastadores. Trump y sus partidarios deberían finalmente aceptar la decisión de los votantes estadounidenses y dejar de pisotear la democracia».
Ha habido otros ejemplos de esfuerzos de turbas en el extranjero para afirmar su control sobre las democracias. En mayo de 1968, los estudiantes franceses seguidos por una gran multitud de trabajadores salieron a las calles de París durante siete semanas para protestar contra el capitalismo, el consumismo e incluso el imperialismo estadounidense. Pero nunca desafiaron el pilar fundamental de las instituciones democráticas, el gobierno de una mayoría de ciudadanos, de manera tan fundamental y violenta como en Washington el miércoles.
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Y esto fue lo que horrorizó a líderes y medios de todo el mundo: imágenes de un manifestante encorvado en la silla del vicepresidente de Estados Unidos en el estrado del Senado, otro colgado de un balcón sobre el piso del Congreso, los gases lacrimógenos en los pasillos de mármol del poder.
Richard Ferrand, presidente de la Asamblea Nacional francesa, que tenía solo seis años cuando estallaron las protestas de 1968 y claramente conmovido por lo que estaban soportando sus homólogos estadounidenses, tuiteó sus propios «pensamientos democráticos y amistosos a los legisladores de Estados Unidos, a quienes se les ha impedido hacer su trabajo». «Expreso mi apoyo y amistad a la Presidenta de la Cámara de Representantes [Nancy Pelosi]».
Pero los sentimientos de apoyo y amistad parecen escasa papilla para salvar el enorme abismo que parecía abrirse entre Estados Unidos y tantos de sus aliados y amigos en el exterior y que, por más difíciles que hayan sido los últimos cuatro años para muchos, parece solo se ha ampliado de repente en los últimos días.
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Poco después de la elección de Joe Biden hace dos meses, un diplomático francés me sugirió que con la llegada del nuevo presidente y, especialmente, miembros tan estables y sensibles de su equipo de Seguridad Nacional como Antony Blinken, el orden y la racionalidad estaban en la cúspide de ser restaurado a la democracia estadounidense.
Pero en las horribles horas que destrozaron a Washington el miércoles, esa visión puede haber sido destruida para muchos en el extranjero con la misma rapidez.