La ira de Trump contra Obama surge justo en medio del escándalo por sus vínculos con Epstein
Por Kevin Liptak, CNN
El presidente Donald Trump y su predecesor Barack Obama se reunieron para una conversación importante solo una vez: el 10 de noviembre de 2016, dos días después de que Trump ganara sus primeras elecciones. Era la primera vez que Trump visitaba el Despacho Oval. Según la mayoría de quienes saben de ese encuentro, fue un poco incómodo.
Ocho años y ocho meses después, hubo otra reunión esta semana en un contexto muy diferente. El domingo, Trump publicó un video generado por Inteligencia Artificial con imágenes de la sesión para mostrar a agentes del FBI que irrumpían en la oficina, sacaban a Obama de su silla y lo esposaban al caer de rodillas.
En el video, Trump observa con una sonrisa. Su himno de campaña, “YMCA”, suena de fondo.
Durante años —mucho antes de que lanzara su campaña para convertirse en presidente— Trump ha estado anclado en una fijación singular con el 44º presidente, a quien casi siempre se refiere como “Barack Hussein Obama”.
Esta semana, la preocupación de Trump por Obama —y específicamente su papel en la investigación del papel de Rusia en las elecciones de 2016— resurgió de manera dramática, causó una rara respuesta de la oficina de Obama y reavivó la disputa más amarga del selecto club de presidentes.
Trump revivió su vieja —pero nunca olvidada— queja mientras surgen preguntas sobre su propio manejo de los archivos de Jeffrey Epstein, y esquivó rápidamente la pregunta de un periodista sobre un asociado de Epstein, para lanzar una larga diatriba en la que acusó a su predecesor de traición.
Los críticos vieron en la respuesta de Trump un claro intento de desviar la atención de una controversia que lo ha enfrentado con miembros influyentes de su propia base. Sin embargo, su resentimiento hacia Obama es bastante anterior, y sus asesores afirman que Trump se ha mostrado tan entusiasta con sus nuevas acusaciones en privado como lo ha estado esta semana frente a las cámaras.
Su enemistad ha alternado entre intentos estratégicos de erosionar el legado de Obama y lo que los asesores han descrito como un desdén más visceral por alguien a quien Trump considera injustificadamente popular y la raíz de muchos de sus problemas desde que entró en la política hace una década.
“Tanto si es correcto como si no lo es, es hora de tratar de averiguarlo”, dijo Trump desde el Despacho Oval el martes.
Durante su primer mandato, las quejas de Trump abarcaron todos los temas, desde quejas sobre el manejo de la política exterior por parte de Obama hasta acusaciones extravagantes de que espió en la Torre Trump.
Sin embargo, desde que asumió nuevamente el cargo en enero, Trump ha dirigido principalmente su ira hacia su predecesor más inmediato, Joe Biden, a quien retrata como un espectador en gran medida comatoso de la agenda radical de sus asesores demócratas.
Obama y Trump incluso parecieron mantener una conversación amistosa en los bancos de la Catedral Nacional de Washington en enero, durante el funeral del difunto presidente Jimmy Carter. Trump invitó a Obama a jugar una ronda de golf en uno de sus clubes, según una persona al tanto de la conversación.
“Vaya, parecen dos personas que se caen bien”, dijo Trump unos días después cuando le preguntaron sobre las imágenes. “Y probablemente así sea”.
Ahora parece que probablemente no sea así.
“Es culpable”, dijo Trump este martes sobre Obama, sentado junto al presidente de Filipinas. “Fue traición. Fue todo lo que se te ocurra”.
La base de las afirmaciones de Trump surgió a través de un informe, elaborado la semana pasada por la directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard. Gabbard buscó socavar una evaluación hecha en 2017 de que Rusia intentó influir en las elecciones del año anterior a favor de Trump.
Esa evaluación fue posteriormente respaldada por un informe bipartidista de la Comisión de Inteligencia del Senado que fue respaldado por todos los republicanos del panel, incluido el entonces senador Marco Rubio, quien ahora es secretario de Estado de Trump y asesor interino de seguridad nacional.
Pero Gabbard y Trump llegaron a una conclusión diferente y acusaron a Obama y a altos funcionarios de su Gobierno de manipular la inteligencia para apoyar la teoría de que Rusia alteró los resultados de las elecciones.
Sus hallazgos parecen combinar los intentos de Rusia de sembrar el disenso a través de filtraciones y campañas en las redes sociales con intentos por hackear la infraestructura electoral y cambiar los totales de votos, algo que según funcionarios de inteligencia no ocurrió en las elecciones de 2016.
Sin embargo, Trump calificó el nuevo informe del martes como “el mayor escándalo en la historia de nuestro país”.
“Obama intentaba liderar un golpe de Estado”, dijo Trump. “Y lo hizo con Hillary Clinton”.
Unas horas más tarde, un portavoz de Obama desestimó las acusaciones, y se aseguró de señalar que normalmente el expresidente ignora las “constantes tonterías y desinformación” de Trump, pero que no podía, en este caso, permanecer en silencio.
“Estas extrañas acusaciones son ridículas y un débil intento de distracción”, dijo el portavoz, Patrick Rodenbush.
Trump ha visto durante mucho tiempo la investigación de Rusia como una nube sobre su primera presidencia, inventada por sus rivales políticos para subvertir su legitimidad y socavar su capacidad de ganar una elección.
En su segundo mandato, Trump ha priorizado las represalias contra quienes dirigieron las investigaciones en su contra y, en su opinión, hicieron que su primer mandato fuera miserable.
Aunque Obama ya estaba fuera del poder cuando se nombró un fiscal especial y el Congreso comenzó a investigar, Trump ha señalado al expresidente como el “cabecilla” de ese epidosio.
“Esto es una prueba irrefutable de que Obama era sedicioso”, dijo Trump, quien añadió segundos después que culpar a funcionarios de bajo rango fue un error: “Me emociona oír a todos hablar de gente de la que ni siquiera he oído hablar”, dijo. “No, no, fue Obama. Él lo encabezó. Y así lo dicen los periódicos”.
Trump inicialmente se lanzó a un largo discurso cuando se le preguntó sobre los planes del Departamento de Justicia de entrevistar a Ghislaine Maxwell, la socia de Epstein que está cumpliendo una sentencia de 20 años en una prisión federal por conspirar con el difunto delincuente sexual para abusar sexualmente de menores.
El cambio casi inmediato de Trump, sin muchas explicaciones, desde responder a la pregunta sobre Epstein hasta su diatriba sobre Obama no disipó la impresión de que estaba usando el tema para desviar la atención de un escándalo que ya entra en su tercera semana. Trump ha sido explícito al afirmar que cree que el caso Epstein está recibiendo demasiada atención.
“Tuvimos los mejores seis meses de cualquier presidente en la historia de nuestro país, ¡y lo único que las noticias falsas quieren mencionar es el engaño de Jeffrey Epstein!”, escribió en las redes sociales este martes.
Pero su enojo hacia Obama, expresado repetidamente a lo largo de su reunión, revelaba algo más profundo que una táctica de distracción. Era un atisbo de un rencor persistente que parece improbable que desaparezca por completo.
El resentimiento se remonta a más de una década, a la conspiración que Trump alimentó por años sobre el lugar de nacimiento de Obama, justo antes de aspirar por primera vez a la presidencia. Su indignación pareció acentuarse cuando Obama se burló de él durante un discurso en la Cena de Corresponsales de la Casa Blanca en 2011, y las cámaras de televisión captaron a Trump frunciendo el ceño entre el público.
Cuando Obama le entregó el poder a Trump, las semillas de la sospecha ya estaban plantadas, incluso aunque los dos hombres dieron muestras de cortesía en la Oficina Oval.
Los asesores de Trump ahora recuerdan ese período como un momento de engaño.
“Vi un video de Obama este fin de semana diciendo: ‘Haré todo lo posible para ayudar a Donald Trump a llegar al poder. Así es como nuestro país tendrá éxito’. Se lo dijo al presidente Trump en la Oficina Oval durante ese período de transición”, declaró la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, esta semana en el podcast “Ruthless”.
“Mientras tanto, mantenía reuniones secretas en la Casa Blanca con altos funcionarios de las fuerzas del orden público y de inteligencia para difundir esta información falsa y engañar al público estadounidense”, continuó.
Todo esto dista mucho de las relaciones generalmente cordiales —al menos en público— entre presidentes que habían sido la norma durante décadas. Ese estándar prácticamente desapareció durante el primer mandato de Trump.
Desde su único encuentro en 2016, Trump y Obama apenas han hablado, salvo algunas palabras amables en ocasiones de estado.
La ex primera dama Michelle Obama ha decidido evitar cualquier evento en el que Trump también pueda aparecer.
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