¿Victoria diplomática o retroceso estratégico? Lo que revela el intercambio de prisioneros entre EE.UU. y Venezuela
Análisis de Ione Molinares, CNN en Español
El intercambio de prisioneros entre EE.UU. y Venezuela abrió un capítulo con interrogantes sobre el futuro de las relaciones entre ambos países. Para analistas consultados por CNN, este episodio expuso tensiones internas en Washington, planteó preguntas sobre el papel de terceros países como El Salvador y reveló contradicciones en la política exterior de Trump hacia América Latina.
El éxito en la superficie fue evidente: el Gobierno de Trump celebra el regreso de todos los detenidos residentes y ciudadanos estadounidenses. Es la segunda gestión exitosa de la administración, que además quiere que la deportación de los 252 venezolanos repatriados se vea como una prueba de que su política migratoria está dando los frutos que esperaba.
El Salvador surge como una nueva pieza clave en esta dinámica. Pero quienes siguen de cerca los temas de América Latina ven con preocupación el papel del Gobierno de Nayib Bukele, albergando a los venezolanos desde el 15 de marzo cuando el Gobierno de Trump desobedeció una orden judicial y envió a los migrantes a la cárcel de alta seguridad, sin cumplir con el debido proceso, un principio legal que EE.UU. tradicionalmente ha respetado.
Pero ahora el Gobierno estadounidense sigue sin entregar evidencias de los vínculos criminales que alega de los deportados y esa es una constante en la segunda presidencia de Donald Trump, que deja claro que las declaraciones que da son suficientes; no acepta cuando se le cuestiona y critica a la prensa cuando pide que respalde sus acusaciones con evidencia.
El analista Carl Meacham dice que “Estados Unidos fue, en efecto, engañado en esta negociación, ya que lo que se suponía iba a ser un intercambio recíproco y tripartito —liberación de estadounidenses a cambio de prisioneros políticos significativos y acceso humanitario—, fue vaciado sistemáticamente por el régimen”. Destaca que “de más de 900 prisioneros políticos, solo liberaron a 57, la mayoría de ellos sin reconocimiento público y sin peso político real, mientras al mismo tiempo continuaban deteniendo a más personas”.
Meacham —quien fue asesor principal para el Hemisferio Occidental en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de EE.UU. cuando estaba bajo la dirección del senador Richard Lugar (2003-2007)— dice que EE.UU. salió perdiendo porque, aunque logró la liberación de los 10 detenidos que tenía Venezuela, fue víctima de la inexperiencia del equipo negociador frente a la de los venezolanos: “Una vez más, el régimen logró imponerse aprovechando un enfoque diplomático blando, en lugar de uno basado en la lógica del cumplimiento de la ley”, recalca.
Más preocupante para los analistas es que estas movidas diplomáticas solo están socavando los principios diplomáticos tradicionales en EE.UU, y las normas internacionales. Enrique Roig, exsubsecretario Asistente de la Oficina para Democracia, Derechos Humanos y Trabajo del Departamento de Estado, destaca una dinámica clave hacia Venezuela, con una lucha interna entre Richard Grenell, enviado especial del presidente para Misiones Especiales y el secretario de Estado Marco Rubio.
“Grenell ha mostrado mayor disposición a negociar con el régimen de Maduro —particularmente en torno a la liberación de presos políticos y rehenes estadounidenses—además de abogar por el alivio de sanciones, incluida la reactivación de licencias para empresas como Chevron”, dice Roig. “Rubio, en cambio, ha adoptado una postura mucho más dura y se opone a estas concesiones”.
No sería descabellado entonces pensar que eso estaría haciendo más difícil mantener un manejo sólido de la política hacia Venezuela, mientras las dos visiones compiten por la aprobación del presidente Donald Trump.
Otra vertiente es la preocupación que despiertan acciones como estas para las organizaciones no gubernamentales. Carolina Jiménez, directora de la Oficina de Washington para América Latina (WOLA), destaca los cientos de detenidos aún en Venezuela: mujeres, menores de edad, periodistas y activistas. “Todos siguen detenidos arbitrariamente y esto nos preocupa muchísimo. Hay un buen número de defensores y defensoras de derechos humanos detenidos arbitrariamente en Venezuela, todos siguen privados arbitrariamente de su libertad. ¿Van a ser liberados? No lo sabemos”, dice Jiménez.
Mientras cada parte puede cantar victoria al darle el giro a su conveniencia política, sigue siendo una gran interrogante cómo avanzará la relación, o si será posible que avance. Días después del intercambio, la Oficina para el Hemisferio Occidental del Departamento de Estado envió en las redes sociales un mensaje acusando al gobierno de Nicolás Maduro de mantenerse ilegalmente en el poder después de haber perdido las elecciones de 2021.
Aunque son mensajes normales en este tipo de relación, en el fondo trae una gran ironía: EE.UU. fustiga a Venezuela por el deterioro de la calidad de vida de los venezolanos, mientras adelanta una batalla legal en las cortes de EE.UU. para eliminar el Estatus de Protección Temporal a los venezolanos (al igual que a nicaragüenses y hondureños entre otros), aduciendo precisamente que las condiciones en Venezuela han mejorado para el retorno de sus nacionales.
Es la política de que la mano izquierda no vea lo que hace la mano derecha. Pero con ese principio es difícil que el timón lleve el vehículo de la diplomacia con una dirección estable.
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