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OPINIÓN | El último mito: el capitalismo causó el hundimiento del edificio en Miami

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Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.

(CNN Español) — Vivo en la calle Brickell de Miami. Tengo una vista muy hermosa de la bahía, pero con los inconvenientes de residir frente al mar en un piso alto. En el edificio hay una cafetería. Los “expertos” se reúnen a opinar de todos los temas. Yo los observo y los escucho. Rara vez doy una opinión. Me limito a preguntar. En esta oportunidad le tocó a un joven de veintitantos años:

–Fue una combinación entre la Marina de Guerra de Estados Unidos y la codicia del capitalismo, dijo el joven sobre el derrumbe reciente de un edificio en el norte de Miami.

Le pregunto por qué ha llegado a esa conclusión. Me responde, muy seguro de sí mismo, pero sin ofrecer pruebas, una teoría que me sorprendió:

–Hace dos semanas un portaviones detonó una bomba de miles de kilos de explosivos que provocó un sismo de magnitud 3,5. Eso removió los cimientos del edificio. Los propietarios se habían negado a pagar la derrama de arreglar los daños estructurales. Ya sabe, don Carlos Alberto, los capitalistas suelen ser irresponsables. Es la codicia inherente al sistema.

Me retiro a mi piso. Busco en internet la confirmación o la negación de la hipótesis. Es verdad que la Marina hizo una explosión controlada en un portaviones… a unos 160 kilómetros de la costa. Ocurrió seis días antes del desplome del edificio y nada ha pasado desde entonces en otras estructuras. Los expertos han descartado efecto alguno en el colapso del edificio. Los propietarios sí aprobaron la derrama propuesta por la Junta de Condominios y teníaní previsto comenzar a pagar una semana luego de la tragedia. Las premisas del joven “experto” eran falsas y conspirativas.

Pero la traigo a colación por una razón. El 51% de los jóvenes estadounidenses entre 18 y 29 años tienen una visión positiva del socialismo y 45% opinan lo mismo del capitalismo, según una encuesta de Gallup de 2018. Encuentro una exposición muy clara en un ensayo del economista Lee Edwards del Heritage Foundation. Se titula “The Case for Capitalism”. Oponerse al capitalismo es una moda planetaria. No solo ocurre en EE.UU. En Chile y Colombia se puede decir que se han visto tendencias similares. En Perú también, aunque ahí hay otros factores que enfrentan a la población: la geografía, la disparidad de resultados en materia de desarrollo y la ojeriza que le tiene la mitad del país al apellido Fujimori.

Edwards establece tres mitos graves que han adoptado los anticapitalistas en nombre del socialismo: Que el capitalismo es solo para los ricos; que el capitalismo es el nombre nuevo y moderno de la vieja explotación de siempre; y, por último, que es la causa de todos los males que afectan a Estados Unidos.

Le agregaría a los mitos la visión idílica de las sociedades “socialistas” europeas. Cuando algunos estadounidenses (y sudamericanos) piensan en el “socialismo” suelen tener una visión que se parece a Dinamarca y por lo general no reivindican la mala imagen que producen Corea del Norte o Cuba. Y la prueba es que no se asilan en esas naciones amargas. Optan, cuando pueden, por el norte de Europa.

En todo caso, Escandinavia dista mucho de ser la panacea del socialismo que pueden creer algunos jóvenes estadounidenses, chilenos, colombianos o quienes sean. Hay abundante propiedad privada y grandes facilidades para hacer negocios. También hay un elevado gasto público y un (más o menos) eficiente Estado que lo emplea. Pero hay que ser cuidadosos con qué manos gestionan estos recursos en Europa y en nuestra región: porque los corruptos existen en todas partes. Por algo existe Transparencia Internacional. Recuerdo cuando Daniel Ortega decía que iba a hacer de Nicaragua la Suecia de Centroamérica. Para mí, más bien la ha hecho la Uganda de Idi Amin.

El primer mito: el capitalismo es solo para los ricos

Es verdad que los ricos se hacen cada vez más ricos en EE.UU. pero también es verdad que los pobres se hacen cada vez menos pobres. En 1980, de acuerdo con el consumo, los pobres ocupaban el 13% del censo, en 2018 fueron el 11,8%. Pero las cifras oficiales no reflejan el ingreso no-dinerario percibido por los “pobres” estadounidenses. Como yo lo veo, se trata de una pobreza en la que algunos tienen automóvil, aire acondicionado, Internet, al menos una TV, escuelas para los niños, protección policial, acceso al sistema de justicia y en alguna medida a servicios de salud. Se considera “pobre” una familia de 4 personas con menos ingresos de US$ 26.500, pues en algunas ciudades puede ser poco para subsistir, aunque pueda parecer una gran cifra según los estándares de América Latina.

También hay indicadores alentadores sobre las minorías en términos de empleo y negocios. Actualmente hay 11,6 millones de negocios propiedad de mujeres. El desempleo entre los hispanos en EE.UU. había llegado a un récord bajo de 4,3% en 2019, antes de que golpeara la pandemia. Vale la pena acotar que la pandemia ha profundizado las desigualdades sociales y económicas.

Segundo mito: El capitalismo es el nuevo nombre de la explotación

No es verdad. La empresa privada tuvo una robusta presencia entre los griegos (y especialmente entre los romanos). En los últimos 250 años se ha visto una explosión de la riqueza como nunca. La propiedad privada más la electricidad generaron la revolución industrial y con ella, la prosperidad creciente. Mientras Marx veía la lucha de clases y la plusvalía, la sociedad industrial iba remunerando a algunos de sus representantes más creativos y laboriosos. Hoy existen, tan solo en EE.UU, más de 20 millones de millonarios y 660 multimillonarios.

Dos documentos, uno extenso y el otro, más o menos, unas cuartillas, vieron la luz en el mismo año 1776: “La riqueza de las naciones” de Adam Smith, que explicaba cómo “la mano invisible” del interés propio acababa por enriquecernos a todos, y la “Declaración de Independencia de EE.UU.”, escrita por Thomas Jefferson, que establecía los objetivos de la República que se estaba gestando, de acuerdo con el pensamiento más avanzado de los escoceses: los estadounidenses tenían el inalienable derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. (Por supuesto, pensaban en los varones blancos, mayores de edad y propietarios de tierras, pero paulatinamente y a fuerza de encontronazos fueron incorporando a toda la sociedad).

Tercer mito: El capitalismo es el origen de todos los males

Tampoco es cierto. A la visión del siglo XIX como la época del pecado original se opone el juicio más cuidadoso de Alexis de Tocqueville. Este joven aristócrata francés supo ver debajo y detrás de las imágenes en su viaje por Estados Unidos durante nueve meses en 1831. Escribió en dos tomos la obra “La democracia en América” (1835-1840) y ahí estableció su admiración por la clase de nación que se estaba forjando, basada en la competencia y en la colaboración espontánea. Llegó a pronosticar que el siglo XX se dirimiría entre EE.UU. y Rusia. También criticó los problemas de un país en formación.

Es cierto que algunas de las grandes fortunas se hicieron después de la visita de Tocqueville a EE.UU., y no siempre fueron apegadas a la ley, pero hay mucho de imaginación y trabajo fuerte en los llamados “robber barons” (“magnates ladrones”) del siglo XIX. Temerles a John D. Rockefeller, J. P. Morgan, Andrew Carnegie, Cornelius Vanderbilt o Andrew Mellon, sería como temerles hoy a Bill Gates, a Jeff Bezos, a Elon Musk o a Warren Buffet. Todos hacían y hacen falta. En la era de los primeros hacían el dinero en sectores como la energía, la banca, el tren o el acero. En cuanto a los segundos, lo hacen con la venta de objetos, en internet o en la Bolsa. Pero no hay duda de que no vale la pena sentarse a esperar por el Estado. Llegaría tarde, mal y nunca.

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