¿Por qué esta crisis es diferente a cualquier otra que vivió Maduro en Venezuela? Estas cinco claves lo explican
Por German Padinger, CNN en Español
Amenazas militares y el fantasma de una invasión de Venezuela; tensiones crecientes en el Caribe, que parece convertirse otra vez en un polvorín; posicionamientos esperables y también sorpresivos de países vecinos, que sopesan escenarios; y declaraciones cruzadas —e incendiarias— de Donald Trump y Nicolás Maduro.
Parece que ya estuvimos aquí antes. Varias veces.
Al menos desde la llegada de Chávez al poder, en 1999, la relación entre Venezuela y Estados Unidos ha sido el punto más caliente de la política continental, llegando incluso a atraer la atención de potencias externas como Rusia, China e Irán y cimentando al Caribe como el foco de tensiones geopolíticas por excelencia del hemisferio occidental. Pero las amenazas y confrontaciones siempre quedaron en eso: no hubo guerra, no hubo conflicto interno, y el chavismo se mantuvo en el poder.
Pero hay razones para creer que esta vez podría haber un desenlace distinto, y de consecuencias imprevisibles, y por eso un mundo golpeado ya por dos guerras brutales y cataclísmicas, en Ucrania y Gaza, parece aún tener margen para centrar su mirada en América, el continente sin guerras.
Hay cinco claves que muestran que la crisis actual podría ser diferente a cualquiera de las que le tocó vivir a Maduro en sus 11 años de Gobierno ni a Chávez en sus 14 años al frente del Palacio de Miraflores. Y quizás alguna en particular se haya visto en otro período, pero todas juntas forman una combinación imposible de soslayar.
En los 25 años que lleva en el poder en Venezuela, el chavismo ha sido todo menos un faro de democracia en la región: desde la represión a las numerosas protestas contra el Gobierno (en 2014, en 2017, en 2019 y tantas más), hasta la declaración “en desacato” de la Asamblea Nacional elegida en 2015 con mayoría opositora, pasando por el control del Tribunal Supremo de Justicia y las numerosas acusaciones de violaciones de Derechos Humanos, incluyendo las realizadas por la ONU, Amnistía Internacional y Human Rights Watch, y los procesos en curso en la Corte Penal Internacional.
El Gobierno de Venezuela rechaza estas acusaciones. Sobre los informes de la ONU ha dicho que se trata de “falsas acusaciones”, en el caso de la CPI ha dicho que los “supuestos crímenes de lesa humanidad no han ocurrido” y que la acusación tiene “fines políticos”.
Pero no se había cuestionado seriamente el resultado de unas elecciones generales en el país: se las podía considerar de escasa legitimidad, debido al masivo éxodo de venezolanos o las presiones para votar, pero no se dudó de su resultado.
Y el año pasado eso cambió. Maduro obtuvo su reelección en unos comicios que los observadores internacionales calificaron de “no democráticos” y en base a actas, que lo posicionaron por encima del opositor Edmundo González, que el Gobierno aún no publica.
La oposición sigue sosteniendo que ganó esas elecciones, mientras que el Gobierno de Maduro niegas las acusaciones y asegura haber ganado limpiamente.
Venezuela fue alguna vez líder de una coalición de países latinoamericanos gobernados en ese entonces por presidentes de centroizquierda e izquierda, entre ellos Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador. Mientras que Cuba y Nicaragua se configuraron desde el primer día como firmes aliados regionales.
En tiempos de Chávez, ese liderazgo fue central para oponerse el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), un proyecto promovido por Estados Unidos a comienzos de los 2000, y crear iniciativas como Unasur.
Con la llegada de Maduro, tras la muerte de Chávez en 2013, que coincidió con el fin de esa primera ola de gobiernos de izquierda y el inicio de un período de mayor alternancia en América Latina, esos bloques y esas cooperaciones han perdido fuerza.
Ahora, Maduro no mantiene buenas relaciones con ningún gobierno de la región excepto por Nicaragua y Cuba. Ni siquiera con Brasil, Colombia y Chile, gobernados actualmente por presidentes de centroizquierda, parece haber afinidad.
Gabriel Boric, presidente de Chile, dijo el año pasado que su país no iba a reconocer a Maduro como presidente, mientras que Lula da Silva, presidente de Brasil, también dijo que no reconocería a Maduro, aunque tampoco a la oposición. Incluso Gustavo Petro, presidente de Colombia, se mostró a favor repetir las elecciones.
Rusia ha sido un aliado cercano de Venezuela al menos desde la llegada de Chávez al poder, proveyendo al país de armamento y apoyo diplomático en su creciente enemistad con Estados Unidos.
Beijing también es un aliado importante de Caracas, aunque la naturaleza del vínculo es mayormente económica: China es el principal socio comercial de Venezuela y ha realizado importantes inversiones en la región.
Pero Rusia y China, unidos a Venezuela por su enfrentamiento con EE.UU., tienen sus propios problemas, y hasta el momento no han mostrado apoyo a la crisis que atraviesa Venezuela, con excepción de algunos comunicados en oposición a un eventual conflicto.
Rusia sigue enterrada en un conflicto bélico convencional con Ucrania, mientras crece la rivalidad de Moscú con Europa y avanza a reconversión de su economía en medio de las sanciones de EE.UU. y sus aliados.
China, en tanto, lidia con la guerra comercial lanzada por Trump, y la creciente, costosa y cada vez más global rivalidad con Estados Unidos, además de mantener sus aspiraciones reunificarse con Taiwán.
Venezuela no parece estar en las prioridades de ninguno de los dos.
Si bien es usual que EE.UU. mantenga en todo momento un puñado de buques de guerra en el Caribe y América Latina, parte del área de responsabilidad del Comando Sur, el despliegue de medios navales iniciado a mediados de agosto no tiene parangón en la historia reciente.
Al menos tres destructores, un crucero, un buque de asalto anfibio, dos buques de transporte anfibio y un submarino de propulsión nuclear se encuentran ahora en la región, además de una unidad expedicionaria de Infantería de Marina: en total, unos 4.000 hombres entre tripulantes y soldados en una operación —dice la Casa Blanca— contra el tráfico de drogas.
Además, 10 cazas furtivos F-35 que fueron enviados a Puerto Rico.
El tamaño y potencia de fuego de esta flota parece desproporcionada para hacer frente a los cárteles de las drogas, más aún cuando operaciones de este tipo han sido siempre encaradas por buques de la Guardia Costera solo ocasionalmente apoyados por naves militares.
Y Venezuela ha quedado en el centro de la tensión precisamente porque Washington declaró en julio al Cártel de los Soles, un grupo criminal al que acusa de haber corrompido al Gobierno de Venezuela y sus líderes, como organización terrorista.
Caracas rechaza estas acusaciones y dice que el Cártel de los Soles “es un invento”.
Nunca antes en la historia del chavismo se dio tal situación en la que Estados Unidos concentra fuerza militar alrededor de su frontera marítima, mientras acusa al Gobierno de Venezuela de estar tomado por el narcotráfico y con una recompensa de USD 50 millones por la captura de Maduro.
En los últimos 25 años de chavismo la economía de Venezuela ha tenido profundos altibajos, casi siempre ligados al precio internacional del petróleo, el principal producto del país sudamericano, y a la desmejorada capacidad de producción de la industria petrolera local.
En la última década, la degradación de la situación económica ha marcado la pauta, con períodos de hiperinflación, profunda caída del producto bruto interno y escasez, alternados con momentos de relativa estabilización.
Junto a la degradación política, la difícil situación económica venezolana llevó a un éxodo de 7,7 millones de venezolanos en la última década, un hecho que de por sí solo ha tenido un impacto negativo en la economía.
Si bien en los últimos años los venezolanos tuvieron un respiro gracias a la relajación de las sanciones durante el gobierno de Joe Biden en EE.UU., el levantamiento de los estrictos controles cambiarios por parte del Gobierno de Venezuela, y una recomposición parcial del precio del petróleo —además del retorno de la estadounidense Chevron a la explotación de crudo venezolano, la situación sigue siendo delicada.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca amenaza ahora con restaurar estas tensiones sobre la economía —aunque al momento la licencia de Chevron fue renovada—. Mientras tanto, la mayoría de los venezolanos es pobre y el salario mínimo de USD 130 está entre los más bajos del continente, junto a Cuba y Haití.
Parece difícil que una economía tan frágil como la venezolana pueda hacer frente a un conflicto sostenido contra Estados Unidos, más aún si se trata de un Gobierno con tan poca legitimidad y tan pocos amigos.
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