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María Branyas, la mujer que reveló a la ciencia los secretos de la longevidad saludable

Por Pau Mosquera, CNN en Español

María Branyas tenía 23 años menos de lo que su fecha de nacimiento indicaba: su edad biológica era mucho menor que su edad cronológica, que llegó a la nada desdeñable edad de 117 años al momento de morir, en agosto de 2024.

La catalana formaba parte de un selecto y reducido club de personas que superaron o superan ampliamente la esperanza de vida global, que se sitúa actualmente en 73,3 años, según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud. Son los conocidos como supercentenarios, los mayores de 110 años.

Vivir más y mejor es, probablemente, uno de los deseos más extendidos en nuestros tiempos. Genetistas y gerontólogos, entre otros especialistas, llevan décadas destinando esfuerzos en esa dirección.

Y la hazaña biológica de Branyas llamó la atención de muchos, incluida la del doctor Manel Esteller, jefe del grupo de Epigenética del cáncer del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras, que decidió liderar un estudio para desentrañar los secretos de su longevidad.

“María era una persona muy accesible”, recuerda el doctor Esteller en conversación con CNN. “Era una persona que ha visto tres guerras: dos guerras mundiales y una guerra civil, con lo que es una persona que se ha adaptado a todo”, añade.

Aunque Branyas falleció el 19 de agosto de 2024 en Olot, en el noreste de España, el doctor Esteller tuvo tiempo de conocerla y establecer un equipo con el que trabajar a fondo para revelar sus características individuales.

En total, dedicaron tres años a una investigación que se dividió en tres fases: una primera de recogida de muestras, una segunda donde se hizo el análisis de éstas y una última donde se combinó el análisis con técnicas informáticas.

El estudio obstinado permitió al equipo observar una curiosa dualidad en María: combinaba el envejecimiento -el hecho de haber acumulado edad- con la longevidad saludable. “Su edad biológica era mucho más joven que su edad cronológica, es decir, sus células funcionaban como si tuviera unos 23 años menos”, relata el doctor Esteller.

La respuesta es compleja, pero se explica a través de un amplio abanico de características genéticas individuales que incluían una microbiota intestinal de una persona joven, de alguien “por debajo de 21 años”, bajos niveles inflamatorios y un genoma -genes- que la protegían de enfermedades cardiovasculares, del cáncer y del alzheimer, entre otros.

Cada una de estas variables, por separado, no son tan anómalas en la población, destaca el doctor, “lo anormal es que se junte todo en una misma persona”. Según llegaron a descubrir, Branyas “tenía diez variantes de algunos genes que nadie tiene, solo ella”.

Para alcanzar estas conclusiones, el equipo del doctor Esteller comparó la información genética de Branyas con “centenares, y en algunos casos miles de muestras” de personas de otras edades y radicadas en otros lugares del mundo. Pero lo que no hay en gran cantidad son otros casos de supercentenarios, señala, dado que “no abundan y son muy frágiles”.

“Depende en parte de tu genética; haber sido seleccionado, que tus padres hayan vivido mucho“, enfatiza el doctor Esteller. Una característica que parecía cumplida en el caso de la familia de Branyas, ya que había muchos familiares de más de noventa años, “más de los esperados estadísticamente”.

Pero a eso también se le suma evitar lo que este especialista llama de “tóxicos”. Esto es, evitar el tabaco y el alcohol, “evitar comidas con mucha grasa, la inclusión de pescado en la dieta, también el aceite de oliva” y no dejar de hacer ejercicio.

El lugar de residencia también puede influir en disfrutar de una vida longeva. “Vivir en zonas de clima intermedio, ni muy frío, ni muy caliente (…) ayuda a tener un plus de supervivencia”.

En cualquier caso, los avances científicos pueden terminar ayudando a futuro a que alguien con una esperanza de vida cercana a la media global termine viviendo más. Aunque suene a ciencia ficción, los genes y proteínas detectados en los supercentenarios podrían contribuir a desarrollar fármacos “que estimularían el efecto, serían como miméticos de la supercentenariedad”, reflexiona el doctor Esteller. Sólo el tiempo lo dirá.

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