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Trump lidia con el dilema de Venezuela mientras Maduro se atrinchera y crece la tormenta por un posible “crimen de guerra”

Análisis por Stephen Collinson, CNN

La aventura del presidente Donald Trump para cambiar el régimen en Venezuela corre el peligro de degenerar en un pantano estratégico, político y jurídico.

Trump citó a los principales funcionarios y asesores de seguridad nacional en una reunión en la Oficina Oval el lunes por la noche buscando definir los próximos pasos en un enfrentamiento que ahora se le está escapando de control, tanto dentro de la empobrecida nación rica en petróleo como en Washington.

Antes de ese encuentro, el presidente Nicolás Maduro, el dictador venezolano, bailó desafiante ante una multitud de simpatizantes en Caracas en un mitin al aire libre al estilo Trump, desmintiendo los rumores previos de que había cedido a los llamados estadounidenses para abandonar el país. “No queremos la paz de los esclavos, ni la paz de las colonias”, declaró Maduro.

Los débiles fundamentos políticos internos de la campaña de Trump se están volviendo más frágiles a medida que la Casa Blanca no logra calmar la creciente controversia sobre un ataque estadounidense que, según se informa, mató a tripulantes supervivientes de un supuesto barco narcotraficante en el Caribe.

Los críticos demócratas de Trump en el Capitolio advierten sobre un posible crimen de guerra. Y varios republicanos influyentes están conmocionados y dan señales de una inusual disposición a investigar rigurosamente a la administración.

El enfrentamiento entre Estados Unidos y Venezuela está empezando a consumir a Washington después de más de cuatro meses de creciente presión política, económica y militar, ejemplificada por la imponente presencia del portaaviones más grande del mundo, el USS Gerald R. Ford, y una armada de barcos estadounidenses en aguas frente a Venezuela.

El papel del secretario de Defensa, Pete Hegseth, en los ataques a los barcos está bajo un creciente escrutinio.

El expresentador de Fox News fue una elección controvertida para dirigir el Pentágono, y su falta de experiencia, su comportamiento brusco y su rechazo a algunas garantías éticas y legales de las fuerzas armadas amenazan con convertirlo en una carga política para el presidente, mientras los demócratas exigen su renuncia.

Pero en términos más generales, el desafío de Maduro presenta un dilema estratégico cada vez más profundo para Trump, Hegseth, el presidente del Estado Mayor Conjunto Dan Caine, el secretario de Estado Marco Rubio y otros altos funcionarios asistentes en la reunión en la Oficina Oval.

Trump está haciendo grandes declaraciones.

El jueves amenazó con que los ataques contra objetivos de los cárteles de la droga en tierra en Venezuela comenzarían “muy pronto”. El sábado declaró que el espacio aéreo del país debía considerarse cerrado. Pero Maduro no se movió.

El presidente de EE.UU., quien en el pasado ha sido susceptible a cualquier sugerencia de que se “acobarda” tras sus amenazas, ahora debe considerar si su ruido de sables está comenzando a carecer de credibilidad sin una demostración de fuerza militar que lo involucraría en un conflicto en el extranjero.

Washington espera que su refuerzo militar inquiete tanto a Maduro que acepte exiliarse en el extranjero o que generales de su círculo íntimo lo derroquen.

Trump confirmó el domingo que habló con Maduro por teléfono recientemente, pero el dictador venezolano sigue al mando. El político opositor venezolano David Smolansky declaró el lunes a Jim Sciutto en “The Brief” de CNN International que Estados Unidos ya le había dado a Maduro “opciones” para abandonar el país.

Pero el hecho de que el régimen no haya cedido hasta ahora pondrá a prueba la disposición de Trump de cumplir su amenaza de hacer las cosas “por las malas”, mientras Maduro, como es habitual, prolonga las negociaciones y las crisis para debilitar la voluntad de sus adversarios.

La obstinación de Maduro también plantea la pregunta de si cualquier nivel de presión estadounidense, salvo la acción militar, comenzaría a debilitar su régimen.

Una posibilidad es que el Gobierno subestimó la capacidad de resistencia de la base de poder de Maduro, un fracaso habitual de las administraciones estadounidenses a lo largo de los años que esperaban ver el colapso de rivales totalitarios en naciones enemigas.

Maduro esperará que Trump pierda la paciencia, empiece a buscar culpables en su círculo íntimo y negocie su propia salida.

Si el presidente opta por la acción militar, la idea de una invasión a gran escala de Venezuela sigue pareciendo impensable.

Entonces, ¿tiene opciones que puedan poner en peligro la seguridad de Maduro de tal manera que puedan cambiar la situación política en Caracas? ¿O los ataques a supuestos centros de narcotráfico o bases militares envalentonarían a Maduro, unificarían a la opinión pública en torno a él y le harían creer que puede resistir?

Las opciones que enfrenta Trump son especialmente difíciles, ya que una salida mayormente pacífica de Maduro que liberara a millones de venezolanos tras dos décadas de dictadura y restaurara la democracia sería un triunfo en política exterior.

Además, enviaría un mensaje del poder y las intenciones de Estados Unidos a otros enemigos, incluida Cuba, y demostraría a China y Rusia, que intentan generar influencia y disrupción regional, que Trump domina su territorio geopolítico.

Una estrategia exitosa para Venezuela podría confundir a los críticos de la política exterior de los círculos de poder, tal como lo hizo Trump al bombardear las centrales nucleares de Irán a principios de este año, una apuesta que salió bien y con menos consecuencias peligrosas de las que muchos expertos temían.

Pero si Maduro sobrevive al aumento de tropas estadounidenses y a la intensa presión, lanzará una declaración devastadora para Trump. La autoridad del presidente disminuirá. Los autócratas de Beijing y Moscú, a quienes le encanta impresionar, tomarán nota.

Los presidentes que retiran grupos de batalla de portaviones de Europa y los estacionan frente a Latinoamérica en medio de una retórica beligerante tienden a crearse tales pruebas de credibilidad.

“Creo que esto fue realmente un intento de intimidar al Gobierno de Maduro y al propio Maduro para que se fueran o lo derrocaran si se negaba a irse. Eso no ha sucedido”, declaró a Isa Soares de CNN Christopher Sabatini, investigador principal para América Latina en Chatham House en Londres.

“Es un momento crucial para Donald Trump: ¿intentará reducir la tensión?” —continuó Sabatini—. “Se ha metido en un lío, ¿seguirá redoblando sus esfuerzos? ¿O intentará encontrar una salida negociada, no solo para Maduro, sino también para sí mismo, declarando la victoria y siguiendo adelante?”

Todavía no sabemos qué está dispuesto a arriesgar Trump para alcanzar sus objetivos en Venezuela, con la esperanza de instalar un Gobierno amigo de Estados Unidos que pueda aceptar el retorno masivo de inmigrantes de su ofensiva y que esté dispuesto a participar en los lucrativos acuerdos de petróleo y minerales que sustentan su política exterior.

El vasto poder de fuego estadounidense en el Caribe podría causar daños catastróficos a la infraestructura venezolana o a lo que el Gobierno describe como operaciones de narcotráfico, incluso si la mayor parte del fentanilo que Estados Unidos ha utilizado como justificación para sus tácticas ingresa a través de México.

Los misiles de crucero, los ataques aéreos desde portaviones o desde aeronaves terrestres en la región podrían desmantelar las fuerzas de Maduro.

Pero cualquier pérdida estadounidense o baja civil involuntaria podría volverse en contra de Trump y causar un desastre político en un momento en que las encuestas muestran que una cantidad abrumadora de ciudadanos en EE.UU. se opone a una acción militar en Venezuela.

Y la historia demuestra que, incluso en circunstancias extremas, los regímenes dictatoriales construidos durante décadas suelen ser más duraderos de lo que se cree desde fuera.

El Gobierno venezolano suele compararse con una red criminal de múltiples capas, cuyos miembros clave tienen enormes intereses financieros en la perpetuación de su poder.

Y aunque muchos esperan que la presión de Trump conduzca al ascenso de los legítimos gobernantes democráticos del país, algunos analistas temen que una fractura del Gobierno pueda causar caos, derramamiento de sangre y una prolongada incertidumbre política.

Así pues, ninguna de las opciones que el círculo íntimo de Trump estaba considerando el lunes tenía coste cero.

Mientras lucha por desarrollar una estrategia militar más clara, la administración enfrenta dificultades para repeler las crecientes críticas por el ataque contra un bote el 2 de septiembre en el Caribe que ha hecho saltar las alarmas sobre posibles infracciones del derecho estadounidense e internacional.

La nueva narrativa de la Casa Blanca sobre el incidente sólo aumenta la tensión política.

La posibilidad de un doble ataque contra el barco es tan problemática porque plantea la posibilidad de que se tomaran medidas para matar a los supervivientes del asalto inicial cuando estaban heridos o no representaban ningún peligro para Estados Unidos.

Esto podría infringir las leyes de la guerra o las Convenciones de Ginebra.

Hegseth inicialmente criticó estos informes, calificándolos de “inventados, incendiarios y despectivos” y diseñados para desacreditar a los “guerreros” estadounidenses.

El domingo, Trump reaccionó a un informe del Washington Post que afirmaba que Hegseth había dado la orden de “matar a todos”, afirmando que su secretario de Defensa había declarado que “no había dicho eso”. Pero también afirmó que personalmente no habría deseado un segundo ataque.

La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, confirmó este lunes que se produjo un segundo ataque. Afirmó que el almirante Frank M. “Mitch” Bradley, comandante del Comando de Operaciones Especiales de EE.UU., fue el responsable de ordenarlo y que estaba “plenamente dentro de sus facultades”.

Sin embargo, Leavitt se negó a describir la amenaza que representaba la embarcación para el personal militar estadounidense antes del segundo ataque.

Más tarde ese mismo día, Hegseth, quien ha enfrentado cuestionamientos sobre su competencia e idoneidad para un puesto tan crucial como secretario de Defensa desde que Trump lo eligió, también enfatizó que Bradley ordenó el ataque en cuestión.

“Dejemos algo meridianamente claro: el almirante Mitch Bradley es un héroe estadounidense, un verdadero profesional, y cuenta con mi apoyo absoluto. Lo apoyo a él y a las decisiones de combate que ha tomado, tanto en la misión del 2 de septiembre como en todas las demás desde entonces”, declaró Hegseth.

Si su comentario, envuelto en una promesa de apoyar a los “guerreros” estadounidenses, es interpretado por los militares como lo contrario, podría tener un impacto corrosivo en la cadena de mando y en la confianza de los oficiales superiores a la hora de interpretar las órdenes.

Políticamente, la estrategia del Gobierno parece ser repetir constantemente que Trump y Hegseth declararon tener autoridad legal para atacar embarcaciones que transportaban narcoterroristas. Sin embargo, este enfoque ignora profundas críticas legales a su acción y autoridad.

Además, la Casa Blanca se ha negado públicamente a exponer la justificación legal y las pruebas de tales ataques, contenidas en un informe clasificado de la Oficina de Asesoría Jurídica.

Los senadores demócratas que han visto el documento lo han calificado de “descuidado” y problemático.

En una señal de la ansiedad de la administración ante el creciente furor, Leavitt afirmó que Hegseth habló con legisladores que expresaron su preocupación por el ataque durante el fin de semana.

No obstante, el representante demócrata Ro Khanna declaró a Kasie Hunt de CNN que varios de sus colegas republicanos estaban “mortificados” por los informes sobre el doble golpe.

Y exhortó a Hegseth y a Bradley a comparecer ante la Comisión de las Fuerzas Armadas para explicar las órdenes que dieron. “Podría ser que ambos violaran la ley”, declaró Khanna. “El pueblo estadounidense merece respuestas”.

El representante Mike Rogers, presidente republicano de la Comisión de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes, declaró el domingo a CBS que si el doble ataque ocurrió como se ha descrito, sería un “acto ilegal”.

El lunes, comentó a Erin Burnett de CNN que el informe “difiere significativamente de la opinión legal que nos dieron y, por supuesto, responde a las importantes preocupaciones de los miembros: el simple hecho de que estos golpes estén ocurriendo”.

Dejando a un lado a Hegseth y a Bradley, la responsabilidad general de esta misión recae en el comandante en jefe. Trump se está hundiendo cada vez más en el atolladero venezolano que él mismo creó, y parece tener pocas opciones —en Washington o Caracas— para salir de él.

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